Catástrofe

LLegará un día en que la meteorología será ciencia exacta, no habrá ya zonas inundables habitadas y las catástrofes de origen natural serán cosa del pasado como hoy lo son las guerras europeas

Cosme Cuenca

Gijón

Viernes, 8 de noviembre 2024, 01:00

Lo que hace de un suceso una catástrofe no es su intensidad, su imprevisibilidad o su duración. Lo que lo hace catástrofe es que nos supera. Toda catástrofe lo es porque nos pilla mal dispuestos frente a ella: sin previsión, sin preparación, sin medios paliativos ... adecuados en cantidad y cualidad. Y esta condición ya apunta el mal trago adicional: la gestión inmediata de una catástrofe será deficiente. Por eso, ante la catástrofe ya declarada se debería imponer el reconocimiento de un fracaso social generalizado y, desde esta constatación, renunciar a la exigencia prematura de responsabilidades, al menos en tanto quede tarea reparadora por hacer. Y en Valencia, y comarca afectada, queda más que mucha. En el presente momento del trabajo y del dolor, las miserias de la confrontación política más que impertinentes resultan sencillamente obscenas.

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Como siempre en estos casos, hay individuos privilegiados que saben lo que había que haber hecho. No tanto lo que hay que hacer en adelante, que eso afecta al incierto futuro, cuanto todo lo concerniente al pasado, que él adivina con clarividencia de augur y denuncia con aliento profético. Así, si el político de turno no se presenta de inmediato en el epicentro del suceso le reprochará su incuria y si lo hace, su oportunismo. Si aparece de traje y corbata señalará lo distante e inapropiado del atuendo y si lleva botas de agua lo tildará de fantasma simulador. Si el político se limita a supervisar y tratar de enterarse de lo que pasa, le reprochará lo superficial de su compromiso, pero si se pone directamente a la faena denunciará su afán de protagonismo sin cualificación. Siempre se alerta muy tarde o a escaso volumen acústico, pero si la alarma, prematura o no, concentra o dispersa multitudes ingobernables y el pánico provoca el caos que acaba por agravar el problema, entonces se subrayará que el remedio alarmista ha sido peor que la enfermedad.

Llegará un día –soy un optimista histórico incorregible– en que la meteorología será ciencia exacta, no habrá ya zonas inundables habitadas, todo el mundo sabrá cuál es su sitio en caso de emergencia y las catástrofes de origen natural serán cosa del pasado como hoy lo son las guerras europeas. Hasta entonces deberíamos asumir que no todo se puede prever, no todo se puede controlar aunque se prevea, no todo se puede evitar aunque se controle. Hasta entonces hay mucho que analizar y, sin duda, mucho que corregir. Será entonces el tiempo de las responsabilidades. De momento, conmoción, trabajo e interjecciones.

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