Toda actividad humana colectiva y, particularmente la ciudad, linda, en su extremo, con la catástrofe. El progreso puede llegar a consistir en minimizar la catástrofe en intensidad y frecuencia, sabiendo que, conceptualmente, la catástrofe es inevitable. Que su origen no sea la voluntad humana, como ... en un bombardeo o un atentado, forma parte del progreso ético. Que la catástrofe sea cada vez más infrecuente, o menos dañina, es indicio de progreso técnico. Pero sería ilusorio pensar en reducir a cero la incidencia de cualquier género de catástrofe y me vengo refiriendo, en esta divagación, a las de origen antrópico, o sea, no natural.

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Lo más apabullante del incendio de Valencia es la rapidez con la que se propagó, a lo que, como se ha repetido, contribuyeron dos factores: la tipología de fachada ventilada que actúa, en todo momento, con incendio o sin él, como tiro de chimenea y vientos muy violentos capaces de llevar el fuego en todas direcciones.

La fachada ventilada es inocente. Es una muy buena solución térmica, pero es incompatible con materiales inflamables, no sólo en la configuración del cerramiento, sino, además, en las inmediaciones del mismo, donde abundan toldos, cortinas o muebles de exterior. La normativa en vigor aplicable, en su momento, al edificio en cuestión es muy semejante a la actual, así que habrá mucho que precisar en cuanto a su cumplimiento, en materia de inflamabilidad de los materiales. En este sentido habría que remitirse a los fabricantes, como especialistas responsables de aquello que fabrican, porque es poco realista confiar, en este aspecto, en técnicos generalistas, arquitectos y aparejadores, dado que la normativa acerca de los materiales, normas UNE y similares, abarca miles y miles de páginas que ocuparían una vida entera para su sola lectura.

De lo problemático e incierto de una situación como la sufrida en Valencia da idea la declaración de un responsable de bomberos, sin duda cargado de dedicación y experiencia. Le oí decir que, en caso de incendio, los afectados debían evitar evacuaciones precipitadas, potencialmente desastrosas, siendo lo aconsejable encerrarse en sus respectivas viviendas hasta que los bomberos hicieran su trabajo. La propia reciente realidad del mismo incendio que motivaba su declaración desmentía, en trágica ironía, sus palabras.

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Y, por cierto, sé de una comunidad de más de cuarenta viviendas, aquí en Gijón, que renuncia a disponer, en la escalera, los preceptivos extintores, porque dicen que los roban.

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