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Orlegi ha logrado del Ayuntamiento de Gijón y del Gobierno del Principado una inicial aquiescencia hacia su iniciativa de situar El Molinón como una de ... las sedes del Mundial de Fútbol de 2030. Como no se han precisado los detalles de la presunta futura relación entre las tres partes y el papel que cada una desempeñaría en la empresa común parece sensato entender que esta conformidad de ambas administraciones no implica, de momento, más compromiso que la actitud de no estorbar que, tratándose de quienes se trata, no es poca cosa. En lo que es la dinámica económica del club, circunscrita al ámbito estrictamente deportivo, parece que al Sporting no le salen los números: déficits en cada uno de los dos últimos ejercicios, el anterior y el presente. Es sabido que el fútbol mueve muchísimo dinero pero no suelen ser los clubs los beneficiarios del proceso económico sino otros actores presentes en él: intermediarios, representantes, proveedores y, naturalmente, los principales protagonistas de la cosa, los futbolistas. Así que se puede entender que para Orlegi la movida de la ampliación del estadio y sus derivadas colaterales de gestión de negocio sea un objetivo económico importante por su capacidad de rentabilizar la inversión realizada en la compra y posterior gestión del club.
En todo caso, a día de hoy, ni se conocen los números de la operación ni se sabe qué espera Orlegi del concurso de Ayuntamiento y Principado. En todo caso, es de suponer que lo que hace atractiva la ambiciosa empresa es poder realizarla sobre el crédito, para lo que toda ella y sus negocios derivados deben obtener la aprobación de una, o varias, entidades financieras que pondrán la lupa sobre cualquier estudio propuesta que reciban. La cosa puede ser posible pero no fácil. Y, sobre todo, Orlegi precisaría gran capacidad de convicción para subir a su carro no solo a las administraciones sino a las distintas fuerzas sociales y a la ciudadanía en general, ambas con notable influencia sobre las anteriores. Y ello porque la gran aventura debe salvar al menos dos constataciones en su contra: la primera es que tras la experiencia del Mundial 82 parece muy dudoso que un evento tal sea el cuerno de la abundancia para las ciudades sede, mayormente si, en principio, deben procurarse una muy costosa infraestructura de la que carecen y la segunda que tal infraestructura -un campo para cuarenta mil espectadores- excede de las necesidades y de las expectativas de la ciudad y del club. Sobre todo en segunda.
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