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«Hola, soy Marcelino Gutiérrez». Así se presentaba, en el tendido del tres, un chaval joven, menudo y con gafas, que iba a compartir conmigo una de las corridas que me habían encargado comentar para este periódico en una de las ferias de la década ... pasada. No cruzamos palabra en toda la función, a mí me venía algo grande la tarea, que me tenía concentrado en el lápiz y el block de notas. Esta fue la primera de muchas coincidencias puntuales, en las que pesa más la identificación que la frecuencia. Quiero creer que hemos compartido, a lo largo de estos últimos años, tan reacios a cercanías, compromiso y entrega a una labor colectiva ilusionante, en la que él ejercía una jefatura dulce y uno un dominguerismo esforzado.
Todas las muertes son inoportunas y todas son injustas, pero unas más que otras. Estoy seguro de que, desde al más próximo al más ocasional, cuantos formamos, cada uno en su rincón, en esta empresa antigua de hacer públicas las cosas por escrito nos sentimos brutalmente despojados.
Hay situaciones a las que uno no termina nunca de hacerse, por mucho que, desgraciadamente, las haya vivido repetidamente. Hay despedidas que uno nunca pensó tener que afrontar.
Desde el respeto, desde el afecto, desde la admiración, adiós amigo.
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