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Amemos la burocracia

La burocracia es fruto del encomiable deseo de perfección de quienes ignoran aquello de que 'lo mejor es enemigo de lo bueno'

Cosme Cuenca

Gijón

Jueves, 16 de marzo 2023, 22:05

Todo el mundo, en todas las instancias, abomina de la burocracia y la condena sin paliativos, hay que acabar con la burocracia que tanto lo retrasa y lo dificulta todo. Pero mientras políticos y sujetos varios de la sociedad civil dicen declarar la guerra abierta ... a la burocracia, la burocracia sigue creciendo, porque la burocracia no es un funcionario indolente orbitado por una mosca distraída. Al contrario, la burocracia es fruto del encomiable deseo de perfección de quienes ignoran aquello de que 'lo mejor es enemigo de lo bueno'. En la Europa posmoderna e hipercivilizada, todo proceso de producción de lo que sea o toda prestación de cualquier servicio profesional debe encajar en un marco normativo que defina la actividad hasta sus más insospechados detalles, y tipifique y sancione las presuntas desviaciones de la norma porque tenemos derecho a productos y servicios perfectos. Y si algo sale mal, es decir, si se produce el error, el fallo, el fracaso, el fraude o la catástrofe, que ello jamás ocurra en situación de vacío legal que dificultaría la exigencia de responsabilidades. El prurito perfeccionista empieza por hipertrofiar y complejizar la legalidad aplicable, hasta hacerla difícilmente abarcable y probablemente contradictoria; continúa por la ampliación de las instancias concernidas en cada proceso: ministerio, consejería, ayuntamiento, universidad, aviación civil, obispado de Calahorra…, que habrán de informar oportunamente, y viene culminando en la masiva colonización letrada de la Administración, en la que, ante la metástasis de leyes, decretos, reglamentos, directivas, ordenanzas y demás mandamientos, no hay negociado o departamento cuya cadena jerárquica no sitúe en su cima a un letrado, ya trate el departamento de balística o de termosifónica, porque, en España y en Europa, lo importante no son ya los productos ni los servicios, sino los papeles que clasifican, controlan, acreditan, homologan, trazabilizan y, en su caso, sancionan los servicios y los productos. Así hemos logrado, en España y en Europa, replicar en la Administración la exuberancia de tribunales e instancias, propias del sector jurídico, y así sostenemos ayuntamientos, cabildos, diputaciones, autonomías, estados y supraestados, unos y otras poblados de letrados, para hacer cada vez menos, más despacio y más caro. Pero seguramente para hacerlo mucho mejor, hacia un objetivo irrenunciable, próximo en el tiempo, cuando logremos hacer perfectamente nada de nada.

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