La película se llama 'El Rapto' y la firma Marco Bellocchio. Cuenta un suceso real ocurrido en Bolonia en mil ochocientos cincuenta y ocho: un buen día a la casa de un comerciante judío, padre de nueve hijos, llega una comisión de autoridades papales, en ... ese tiempo la ciudad pertenece a los Estados Pontificios, portadora de un mensaje insólito: deben llevarse a uno de los hijos, de seis años, de la familia judía porque acaban de saber que tiempo atrás el chiquillo había sido bautizado en secreto por una criada que lo creyó en peligro de muerte. La película cuenta 'el rapto' y el posterior desarrollo del caso con gran protagonismo del Papa reinante, Pío IX, interpretado por el actor Paolo Pierobon. La justificación, la necesidad imperiosa más bien, del secuestro resulta clarísima para los secuestradores: el niño es cristiano porque ha sido bautizado y, por tanto, debe recibir una educación cristiana. Frente a esta insoslayable prioridad los demás valores –identidad, familia, afectos, derechos– son irrelevantes para los secuestradores y pasan a segundo plano. Eso sí, exigencias teológicas aparte, la decisión papal aparece, a ojos de cualquier observador, como carente no ya de justicia o de pertinencia sino de la más elemental sensatez, es decir, se percibe como fruto de la más abyecta perversión o de la más ciclópea necedad, o de ambas, en grado supino.

Publicidad

Sin embargo los eclesiásticos comparecientes no parecen ni tontos ni especialmente perversos. ¿Dónde radica, pues, el factor desencadenante de un hecho tan siniestro sin que sus ejecutores estén a su altura ni en maldad ni en estupidez? Pues, en el fondo, es muy sencillo y podrá acabar pasándole a cualquiera que se crea en posesión de la verdad absoluta. Ayuda mucho si ese monopolio de la verdad radica en un grupo bien cohesionado: una sociedad dotada de doctrina rígidamente estructurada y poder socialmente implantado. No se necesita más. Pío IX dice en un momento de la película: «¡Soy el Papa, solo respondo ante Dios!». Quien ha erradicado sistemáticamente de su equipaje vital toda posibilidad de duda no necesita reflexionar. A partir de tales premisas cualquier aberración de palabra u obra es posible y acabará, necesariamente, por ocurrir, el absolutismo doctrinario es «intrínsecamente perverso», por usar una expresión precisamente eclesiástica. Podríamos establecer un paralelismo seglar en el Partido Comunista de la Unión Soviética y países adláteres. La película ilustrativa podría ser, en tal caso, 'La vida de los otros', ¿la recuerdan?

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad