Secciones
Servicios
Destacamos
En Suecia, la ultraderecha acaba de convertirse en el segundo partido después del socialdemócrata. Hasta las últimas elecciones había funcionado lo que se ha dado en denominar el cordón sanitario frente a la ultraderecha, que abrió las puertas a la coalición de gobierno de socialdemócratas ... y verdes la última legislatura. Ahora, después del proceso de 'desdiabolización', blanqueamiento o normalización, llámesele como se quiera, la extrema derecha, unida al resto de las derechas en una posición mayoritaria, puede determinar la futura mayoría parlamentaria e incluso la composicion y la dirección del futuro Gobierno sueco. Por eso, una vez confirmado el resultado, se ha producido la inmediata dimisión de la primera ministra.
En Italia, la decadencia del populismo de distinta orientación ideológica como Cinco Estrellas o la Liga Norte, sumado al nuevo fracaso del último recurso a la tecnocracia europeísta, esta vez encabezada por Mario Dragui, junto a la atomización electoral de la izquierda en un sistema cuasimayoritario, están a punto de dejar paso al neofascismo de Hermanos de Italia, que lidera la coalición de las derechas y, por tanto, puede facilitar su llegada al Gobierno de Italia, está vez mediante la vía electoral. A lo largo de los últimos años hemos asistido a los efectos de la 'desdiabolización' o el blanqueamiento de la ultraderecha en Francia, reconvertida en una mueva derecha nacional populista como eufemismo del postfascismo o neofascismo, de manera que ha llegado a la segunda vuelta de las últimas presidenciales y que ha tenido su mejor resultado consiguiendo grupo parlamentario en las legislativas, con capacidad para condicionar al presidente Macron, hoy en minoría. Hasta ahora, la excepción española en el Gobierno de Castilla y León había provocado el rechazo del Partido Popular europeo, dentro de la estrategia ampliamente compartida denominada de cordón sanitario. Sin embargo, la conformación de la coalición con la ultraderecha en Italia ha cambiado esta posición de forma dramática.
Sin embargo, quizás haya sido el fracaso de la derecha en Alemania y la alternativa en el Gobierno federal del tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales el que ha inclinado finalmente la balanza dentro del Partido Popular Europeo para el cambio de estrategia en favor de la normalización política de la ultraderecha y el apoyo a la coalición en Italia. Está 'desdiabolización' ha consistido, por la parte de los partidos de ultraderecha, en un modo de conversión de ocasión y de última hora, primero al alineamiento con la OTAN frente a la invasión rusa y la guerra de Ucrania, y en la asunción de un bajo perfil frente a las instituciones de la Unión Europea, antes repudiadas como globalistas, dentro de lo que ellos denominan la Europa de las naciones o de los pueblos en los términos de Salvini. Cuando en realidad, se trata de una involución que niega los principios y los pilares de la actual Unión Europea.
De otra parte, en el resto de la derecha y de los sectores económicos y los medios de comunicación afines, las mismas derechas europeas que hasta ayer apoyaban el cordón sanitario para hacer frente a la ultraderecha e impedir así su acceso al poder, con Francia y Alemania como principales paradigmas, han impulsado el mencionado proceso de normalización, que consiste en suavizar sus aristas programáticas más excluyentes y sus actitudes más autoritarias, para, al tiempo, incorporar al debate público una parte de sus argumentos más populistas, que hasta hace bien poco, no hubieran tenido cabida en democracia. Porque lo que no ha variado en absoluto es su posición restrictiva, cuando no negacionista, en materia de derechos humanos y libertades civiles y políticas en todo lo que tiene que ver con el rechazo a la inmigración, la discriminación de las minorías, de la diversidad afectivo-sexual o, más recientemente, con la negación de la ciencia a lo largo de la pandemia de Covid-19, que hasta ahora habían formado parte esencial del acervo de la Unión Europea. Ni tampoco su cuestionamiento de las organizaciones e instituciones mediadoras como los sindicatos y los partidos, de la división de poderes y de la independencia de la justicia, así como de los derechos conquistados por los trabajadores y las prestaciones sociales universales del estado del bienestar.
Por eso la reciente reivindicación de la transversalidad de la derecha en España, por parte de la nueva dirección del PP de Feijóo, no solo es hacer de la necesidad virtud ante las declaraciones como verso suelto de la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino que además supone otra pista de aterrizaje para normalización de las ideas más características de la ultraderecha, pero también de las presentes y futuras alianzas con la ultraderecha de Vox.
A todo esto, la ultraderecha populista sigue siendo una grave amenaza para la democracia, para el propio proyecto de la Unión Europea y para las instituciones internacionales como la ONU o la OMS. El ejercicio distópico del Gobierno de Orban en Hungría, con el cuestionamiento de la arquitectura juridica de la Unión, la independencia judicial y sus medidas homófobas, así como del trumpismo en los EE UU, con el diseño de un Tribunal Supremo a la medida de una ideología reaccionaria -la misma lógica se intenta instalar en el poder judicial español- y con el asalto al Capitolio, no ha hecho más que ratificarlo. Por eso la Comisión Europea ha calificado a Hungría de autocracia electoral y se dispone ahora a congelar los fondos de recuperación asignados, con la aplicación del mecanismo de condicionalidad, por los ataques del Gobierno húngaro al estado de derecho y más en concreto a la división de poderes para eludir la lucha contra la corrupción. La misma batalla que se desarrolla en EE UU frente a los desmanes de Trump como responsable último del asalto al Capitolio y de una transmisión de poderes con evidente peligro para la seguridad del Estado. Porque las democracias mueren cuando su perímetro político se diluye provocando que la cultura democrática se evapore. Las democracias se convierten así en un mero sistema procedimental para la asignación de mayorías vacío de consistencia cívico-política. Esto sucede cuando la identidad ideológica prima sobre la identidad democrática. Cuando se entiende, equivocadamente, que se está más cerca del vecino ideológico que del adversario democrático. Esto es la polarización. La identidad democrática debiera unir a la pluralidad política en un proyecto común, algo que ha costado tantos siglos lograr.
Cualquier afinidad con quienes defienden unas ideas, sean de derechas o izquierdas, fuera de la identidad democrática, pone en riesgo la cultura cívico-constitucional, lo que es mucho más grave que dañar el sistema democrático institucional. La transgresión de ese perímetro democrático por parte de las derechas europeas es un error histórico que ya sufrimos con resultados trágicos en los años 30. La izquierda que asume el populismo también es responsable de la mencionada corrosión del contorno democrático. De esto, aunque es otra historia, va la perfectamente imperfecta Transición.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.