La verdadera guerra de Ucrania
El nacionalismo no es una ideología, sino un relato victimista sobre pueblos amenazados por otros para corromper su presunta superioridad cultural y étnica
Coque Yustas
Sábado, 29 de marzo 2025, 01:00
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Coque Yustas
Sábado, 29 de marzo 2025, 01:00
El nacionalismo cayó en desgracia tras la Segunda Guerra Mundial, pues había arrastrado a Europa a su destrucción física y moral. La aversión que despertó ... fue tal que se llegó a proponer un gobierno que integrase a todas las naciones bajo una soberanía conjunta. El proyecto fue respaldado por políticos de los cinco continentes y personalidades como Sartre, Einstein o Camus. Pese a no fructificar, propició la creación de Naciones Unidas, con la participación fundacional de más de 50 países comprometidos a convivir en paz y librar a las futuras generaciones del horror de la guerra.
Supremacismo y uniformidad cimentan la cosmovisión nacionalista, como evidencian en España el catalán y vasco, incapaces de respetar la diversidad ideológica de sus territorios y de coexistir con los demás españoles. Porque el nacionalismo no es una ideología, sino un relato victimista sobre pueblos amenazados por otros para corromper su presunta superioridad cultural y étnica. Para Hitler el mal lo encarnaba el judaísmo; para Franco, una conspiración judeomasónica y para el nacionalismo periférico, España.
Idéntica perturbación sufren ucranianos y rusos, aunque el nacionalismo en Ucrania responda a la agresividad secular del ruso. Su pugna atávica impide que coexistan étnicamente, desatando en 2014 un conflicto armado en las regiones ucranianas del Dombás y Crimea. Esta última perteneció siempre a Rusia y su población ansía reintegrarse en ella. Stalin la transfirió a Ucrania en 1954 por razones operativas –carecía de acceso terrestre desde Rusia y ambas repúblicas formaban parte de la Unión Soviética– pero tras la desintegración de la URSS e independencia de Ucrania en 1991, ésta se negó a devolverla. Por entonces Occidente temía que el arsenal nuclear soviético amenazase la estabilidad mundial, pues se diseminaba por ex repúblicas políticamente inestables. Así la renuncia de Ucrania a su dotación nuclear propició que la comunidad internacional no hurgase en sus cuitas territoriales. Tres años después y con Rusia en bancarrota, Yeltsin se vio forzado a firmar el Memorándum de Budapest, comprometiendo a Rusia a respetar la integridad territorial de Ucrania. Más compleja es la situación del Dombás, que habiendo sido siempre ucraniano se rusificó en la era soviética, por lo que algunas de sus provincias tienen más población rusa que ucraniana.
Dichas disputas no concitaron interés internacional hasta que en 2014 la OTAN y la UE iniciaron negociaciones con Ucrania para su adhesión. La iniciativa fue una temeridad, pues sus instituciones adolecen de solvencia democrática, su economía de solidez y su conflicto territorial con Rusia sigue abierto. Ello espoleó a Putin para armar a una milicia prorrusa en el Dombás que libra una guerra civil desde entonces y para anexionarse por la fuerza Crimea violando impunemente sus tratados internacionales. La respuesta de la ONU fue una inocua resolución de condena y la europea unas sanciones económicas incompatibles con su dependencia energética rusa. En 2022 la OTAN y la UE intensificaron las negociaciones con Kiev, quien tras su adhesión blindaría los territorios en liza. Fue entonces cuando Putin perpetró su infame invasión.
Occidente justificó su alineación con Ucrania aduciendo que Zelenki encarnaba el bien y que Putin sufría un repentino brote de locura, marcando así distancias con décadas de fraternal mercadeo con el tirano ruso. Pero tan cierto como que la invasión es injustificable, es que el conflicto deriva de la nula voluntad de entendimiento entre dos nacionalismos inflexibles. Europa debió condicionar su apoyo a Ucrania a que ésta aceptase un acuerdo justo que cerrara definitivamente el litigio, devolviendo Crimea a Rusia, manteniendo el Dombás en Ucrania y postergando su adhesión a la OTAN y UE. Términos que entonces habrían aprobado Putin y China. Pero lejos de intermediar en pos de una paz racional y duradera, Biden y la UE enquistaron la guerra bajo la quimera de que una combinación entre el apoyo bélico a Ucrania y las sanciones a Rusia, asfixiaría a Putin dando una pronta victoria a Zelenski. Su estrategia no pudo ser más errada, pues tres años después ni la guerra concluye ni la economía rusa se hunde –creció un 3,6% en 2023 y un 4% en 2024– lo cual privó a Ucrania de un acuerdo justo para abocarla a someterse a condiciones leoninas. Sorprende que la opinión pública europea secunde la vía belicista rechazando salidas negociadas. Máxime en España, donde quienes ayer postulaban un no a la guerra sin excepción y acusaban a Aznar de asesino por aportar material sanitario a la coalición de 22 países democráticos contra Sadam, avalen que Sánchez ceda a Zelensky 5.000 millones de euros en armas para guerrear indefinidamente.
Pero Trump ha quebrado el quórum occidental con tal prepotencia y rudeza, que obviamos que su irrupción obedece a nuestra incapacidad para resolver el conflicto y a que en Ucrania libran su propia guerra las dos superpotencias. La UE ya no puede ampararse bajo el paraguas de EEUU dependiendo energéticamente de Rusia y tomando como socio comercial a China –lo que en apenas dos décadas redujo un 50% nuestro PIB– Debemos elegir entre la órbita democrática liderada por EEUU o la del totalitarismo chino, pues interpretar que Estados Unidos es Trump sería tan absurdo como afirmar que España es Sánchez. Norteamérica ha sido y es un baluarte democrático, y quien nos liberó del nazismo y del comunismo. La arrogancia de Trump no legitima nuestra aciaga gestión en Ucrania, a sabiendas de que China es el sostén económico y militar ruso, desoye a la ONU para que no le provea de armas y vota contra sus resoluciones de condena junto a Cuba y Venezuela, sin que indigne ni promueva sanciones europeas contra China, pese a que baste con que Xi Jinping retire su apoyo a Putin para abortar la guerra.
Sumida en tal incoherencia, la UE no ha advertido con Putin los riesgos de depender de regímenes dictatoriales y sigue entregada económicamente a China. Pero debemos comprometernos con los principios democráticos, anteponerlos a la primacía del mercado y fortalecer vínculos con quienes compartan tales valores. Ni EEUU es el enemigo, ni el insufrible Trump excusa para abrazar a los totalitarios.
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