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En una época como la que nos ha tocado vivir en este país, en que el enfrentamiento ideológico roza más de una vez al enfrentamiento personal y, como consecuencia de ello, el interés general se ve desplazado por el interés particular y partidista, se corre ... un grave riesgo de que la brújula se averíe de forma irreparable y, por tanto, que no nos sirva para encontrar el camino para «promover la prosperidad nacional», por la que tanto se esforzó Jovellanos por conseguir. No parece, ni mucho menos desacertado volver a tener por consejero al prócer gijonés, para restablecer una adecuada gobernanza democrática, sobre todo cuando sus advertencias son totalmente válidas en el día de hoy, pues si bien los regímenes políticos pueden cambiar con relativa facilidad, las personas, como ciudadanos, suelen persistir en sus errores.
Mucho recomendó nuestro Jovino a sus contemporáneos, en admirables cartas a Carlos III y a Godoy, que en lugar de contentarse con fuegos artificiales políticos se centrasen en lo esencial, que, a su juicio, debía tener como lema de actuación para todo gobierno disponer de «buenas leyes, buenas luces, y buenos fondos».
Haremos referencia, de forma breve, en primer lugar, a las buenas leyes. Por supuesto que toda persona razonable aspirará a que las leyes no sean oportunistas, ni de una vigencia fugaz, ni como débiles telarañas que no atrapan más que a las ligeras moscas y no traban en su red a quienes tienen cierto peso y fortaleza. Y a que, por supuesto, tampoco se promulguen para permitir que los gobernantes refuercen su poder y lo prolonguen en el tiempo.
Pues bien, el relevante asturiano mantiene que para hacer buenas leyes «será necesario conocer la naturaleza humana, la esencia del hombre y sus obligaciones y derechos, ya considerado en su estado natural o estado social». Y ello aunque «se le considere como soberano, como magistrado, como súbdito, como padre, como marido o como simple ciudadano». Afirma igualmente nuestro jurista que «las muchas leyes son un mal y en lugar de multiplicarlas se las disminuirá», y en un alarde de espíritu libre no acepta que se oprima a fuerza de leyes, reglamentos e instrucciones al pueblo soberano: «El gobernante conocerá que los hombres tienen en su interés personal un estímulo bastante poderoso para buscar su felicidad particular y dejará libre la acción de ese interés individual, y por consiguiente, no se fatigará en dirigir este para promover aquel». Con todo ello trata de persuadirnos de que se deje un margen de actuación a los ciudadanos, como forma de lograr el mayor progreso posible.
En segundo lugar, buenas luces. Ni que decir tiene que las luces se han de identificar con la instrucción y con la educación, lo que exigirá que todo político de cualquier puesto más o menos alto en que esté instalado, deba tener experiencia y conocimientos para el ejercicio de la función que se le ha asignado. Pero bien entendido que esto no debe conducir necesariamente a que los grandes puestos de un gobierno sean desempeñados por puros tecnócratas, sino simplemente por quienes tengan la formación suficiente en los aspectos humano, social y técnico, y que no brillen solo por lo que los ingleses siempre han rechazado y que expresan con la palabra 'cant', es decir, por su pura palabrería, repleta de hipocresía.
Jovellanos precisó la mejor manera de ejercer las funciones públicas en su 'Discurso sobre los medios de proveer la felicidad de Asturias' (1781), al decir «no basta la sagacidad en política, hace falta la ilustración». Y prosiguiendo sus manifestaciones nos dijo que «la ilustración que conviene a una nación se puede reducir a dos especies de conocimientos: necesarios y útiles». La primera especie serán los que pertenezcan a la moral, preguntándose a continuación: ¿No se estimarán en nada las cualidades morales de una sociedad? ¿No tendrán influjo en la felicidad de los individuos y en la fuerza del Estado? De haber recibido en el siglo XVIII la respuesta debida aquellas preguntas, la corrupción no hubiera llegado a donde llegó y, sin duda, igualmente se podría referir a nuestra España actual. Con toda su energía decía Jovellanos: «Hay que desterrar la ignorancia. La ignorancia siempre es ciega. No conoce el bien para seguirlo, ni el mal para evitarlo».
Y la segunda especie de conocimientos, los útiles, estarán constituidos por los que «hagan referencia a la naturaleza, cuyo conocimiento produciendo el mayor provecho en varias artes o profesiones que se ejerciten en el Estado y por ello merecen en alto grado el título de útiles».
Llegamos al tercer pilar para lograr la felicidad, los buenos fondos. ¡Qué verdad contiene el viejo dicho castellano! 'donde no hay harina, todo es mohína', que no habrá economista que lo ponga en duda. Sin un profundo conocimiento de la economía, «la sociedad podrá incurrir en muchos errores para el bien público y aun su propia extinción». La economía, se nos dice es «la ciencia que enseña a gobernar a los hombres». Parece que nuestro brillante asturiano pronosticó lo que hace muy poco tiempo se llamó 'salario mínimo vital', como base fundamental para que se pueda desarrollar una vida digna, aunque tristemente nuestro legislador en este caso no ha atendido más que a un 20% de las peticiones solicitadas y el auxilio económico resulta aun insuficiente. Jovellanos se adelantó con lo que llamó «el mayor individual», que dividió en tres partes: «La primera, el mero necesario, la segunda, las comodidades, y la tercera, el regalo».
Pero junto a los anteriores principios, Jovino dio algún aviso a los navegantes políticos, al recordarles que debe eliminarse todo apresuramiento en la realización de sus proyectos, haciéndose unas nuevas preguntas: «¿Es posible por ventura enriquecer a una nación de repente? ¿Lo es ilustrarla? ¿Lo es perfeccionar de golpe la legislación?». Bien aplicable es aquello a lo que los gobiernos españoles, por diferente que sea su ideología, practicaron y siguen practicando con resultados que atentan con frecuencia a la seguridad jurídica y a la tranquilidad de los ciudadanos, que se ven sorprendidos a diario por nuevas leyes que no están vigentes más que poco tiempo.
El caudal de sabiduría y prudencia que puso a disposición de los ciudadanos de su época Jovellanos, nos parece que sigue estando vigente para ser aplicado por los gobernantes y los gobernados del siglo XXI, si es que de verdad se busca de manera eficaz y no torticera «promover la prosperidad nacional».
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