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Desde que empecé a trabajar en la enseñanza pasé por el rodillo de unas cuantas leyes: LOGSE, LOCE, LOE, LOMCE y ahora llega la última de la fila, la LOMLOE. Cada una de ellas tuvo errores y aciertos pero todas coinciden en una retórica oficial ... hipertrofiada de neolengua psicopedagógica que ha burocratizado hasta límites abrumadores cosas triviales, introduciendo entelequias sin necesidad (ay, si despertase Guillermo de Ockham, seguro que no tendría suficiente con una navaja común y tendría que utilizar una multiusos) engendrando confusión en los docentes, que les conducen al desencanto y a la frustración y, en mi caso, apuntalan más mi condición de escéptico apasionado. La LOMCE del PP puso sobre el tapete escolar evaluar las competencias, se dieron cursillos y cursillos de formación para iluminar a los legos y la LOMLOE del PSOE vuelve cansinamente sobre lo mismo.
Podemos definir el término «competencia» como «la capacidad general o potencialidad adquirida por una persona (valores, conocimientos y habilidades) que le permite seguir aprendiendo y utilizar esa base aprendida para encarar situaciones y resolver problemas reales, así como desarrollar proyectos personales, cívicos y profesionales» ( Rul Gargallo y Cambra). En otras palabras, las competencias o destrezas inciden en la interdisciplinariedad y hacen hincapié en hacer, saber hacer y obviamente en saber estar. Evaluar competencias es cambiar la evaluación cuantitativa por una cualitativa. Pero para evaluar competencias primero hay que enseñarlas y aprenderlas, de ahí que no se pueda cambiar la evaluación, si primero no se cambian los currículos. Pues bien, los que gestionan la educación, desde la atalaya de la roja moqueta, quieren que este mismo curso, antes de cambiar los currículos de la LOMLOE, evaluemos competencias con los currículos de la LOMCE. Me imagino que será una avanzadilla para ver cómo funciona otro cambio cosmético que multiplica el papeleo del que se nutren los que no se dejan la piel en las aulas todos los días.
¿Creen los que llevan el timón de este barco a la deriva, llamado 'Educación', que pretenden hacer creer a la sociedad, porque lo repiten y repiten como si fuera un mantra, que la 'galera' navega escorada como consecuencia de que a los 'galeotes' nos falta formación? Les diré que gracias a nuestro ingente trabajo el bajel no se ha hundido todavía. Los que creemos en la educación y estoy convencido que somos una gran mayoría del profesorado y que probablemente cuando escribo estas líneas, se encuentran en sus casas preparando una clase, corrigiendo exámenes, navegando por internet para poner al día sus clases, contestando a correos electrónicos, colgando tareas en la plataforma Teams y continuando con su trabajo, incluso cuando van al servicio. No será que la deriva puede deberse, entre otras cosas, a los continuos cambios legislativos que duran lo que el gobierno que los promulga y que han convertido el sistema educativo en una plataforma inestable, en un movimiento perpetuo hacia ninguna parte y los currículos 'envejecen antes de haber echado raíces'; porque ustedes, los políticos, no han sido capaces o no han querido llegar a un pacto educativo.
Ya evaluábamos competencias, antes de que se utilizara el palabro, cuando asignábamos una calificación numérica-como resultado de la evaluación- que resumía, simplificaba, sintetizaba y era sumamente operativa a la hora de mostrar el grado de consecución de lo que un alumno sabe hacer. Reprochar las calificaciones cuantitativas, como dice Félix Ovejero, «es 'a fortiori' un reproche a lo cualitativo. Los números funcionan como adjetivos infinitamente matizados y las calificaciones numéricas se limitan a calibrar las competencias de los estudiantes. Los que sostienen estos disparates me temo que no saben medir ni me temo que calificar». Por ejemplo, creo que nos indica más decir que un alumno tiene un ocho o un cinco en matemáticas, que decir que es competente en matemáticas. Evidentemente señalar que un alumno tiene la competencia lingüística iniciada, en desarrollo, adquirida o adquirida plenamente, informa. Pero informa mucho más y además todo el mundo lo entiende, decir que tiene un nueve o un dos. Pero claro, si la posibilidad de repetir se convierte en excepción, utilizando conceptos borrosos, sin indicadores claros y que deben ser los mismos en todos los centros, entonces se elimina el porcentaje de repetidores y de un plumazo eliminamos parte del fracaso escolar. No creo que manipulando las palabras se transformen las realidades. ¿O sí?
Un sujeto al que se evalúa como competente es el que sabe lo que hace y lo hace con eficiencia. Al fin y al cabo esto no deja de ser un tipo de educación entendida como adiestramiento, porque define los rasgos de un individuo al que se instruye para lo que el capitalismo y la empresa necesitan y no a los saberes de una formación integral que proponía otro modelo: se presentaba al discente un patrón al que imitar, de tal modo que el ejemplo le enseñaba el camino a seguir y se hacía competente al imitar a los mejores. Así se pasó de la mímesis a la competencia como competitividad y de ahí saltaremos a los 'rankings' de percentiles y deciles que indicarán el valor competitivo del sujeto educativo. La educación se orientará a formar en competencias y los profesores, cuando presentemos a principios de curso las programaciones, tendremos que especificar qué competencias se evaluarán y deberán adquirir en nuestra asignatura. El profesor quedará reducido a un ser a quien las instituciones competentes acreditarán como poseedor de las competencias que le permitirán, a su vez, certificar las competencias de sus alumnos. ¡Eureka! acabo de comprenderlo, se dice bien, después de tanto tiempo: la identidad profesional de los profesores ya no estará vinculada tanto a su formación académica como a la capacidad de cada uno para asimilar las nuevas teorías y prácticas psicopedagógicas en las que debemos reciclarnos sin fin. A pesar de este descubrimiento tardío (ironizo), sigo pensando que el conocimiento y el saber se desarrollan cuando se riegan con exigencia, rigor, exactitud, el valor del esfuerzo y una sincera crítica.
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