Las disputas por el poder, que son la esencia de la actividad política, suelen sorprendernos con escándalos como el que estos días agita al PP. Todavía quedan cuestiones abiertas, pero de momento el problema está siendo una reyerta que recuerda aquel viejo dicho de que ... en la vida hay enemigos, enemigos acérrimos y compañeros de partido. El enfrentamiento entre Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso parte de una relación de amistad juvenil, que llevó al presidente del partido a elegir prácticamente a dedo a Ayuso como candidata a las elecciones autonómicas en Madrid. Nadie lo entendió entonces, se trataba de una desconocida que, además, en sus primeros pasos en la carrera electoral incurrió en errores dialécticos de bulto. A pesar de que su éxito inicial fue relativo, acabó pactando y gobernando sin especiales problemas, hasta que un día sucumbió a la tentación de amarrar mejor su liderazgo, convocó unas inesperadas elecciones anticipadas, barrió en el recuento de los votos y en, cuestión de horas, se convirtió en una lideresa indiscutible.
Publicidad
Ante su éxito, lejos de amilanarse, enseguida exigió más: la presidencia del partido en la capital. Y chocó con los planes de sus superiores, partidarios de separar los cargos. El resto es bien conocido. Después de unos meses de enfrentamientos, yde que el establishment del partido maniobrara en busca de argumentos para frenar sus ambiciones, la reyerta estalló por los aires. Aunque los acontecimientos, cada vez más morbosos, continúan latentes y dejando muchas dudas, lo primero que causa extrañeza es que se hayan producido con una virulencia y una trasparencia insólitas. En espera del desenlace, el interés que se detecta en la calle es saber quién gana y quién pierde. Parte de la respuesta es difícil. El resto es fácil: no gana nadie y perdemos todos.
Pierden los contendientes, uno con la carrera política, que se intuía brillante, truncada; otra, que se creía intocable, estigmatizada bajo la sospecha. Y el partido, que está por encima de ambos, maltrecho. Habrá quien se alegre, pero es un dislate de los odios en que derivan las ambiciones. Los demócratas necesitamos un partido de derechas o centro-derechas sólido y serio, lo mismo que se necesita uno de izquierdas solvente y fiable.
El PP, a pesar de su accidentada trayectoria, es parte fundamental en el equilibrio político nacional. Y más en unos tiempos en que crecen las formaciones que intentan llevar a la sociedad a planteamientos extremos. El escándalo que estos días monopoliza el interés nacional no ayuda a la estabilidad, al pluralismo que ejercemos, a la confianza que la vida pública necesita y a la imagen que nuestro país proyecta al exterior
3 meses por solo 1€/mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.