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Las clases de Eduardo

Las clases de Eduardo

EN POCAS PALABRAS ·

Domingo, 21 de noviembre 2021, 01:44

Eduardo Infante, que se levanta todos los días con la intención «de ser menos estúpido» e imparte clases de Filosofía en el San Eutiquio, se llevó a sus alumnos a la Plaza Mayor de Gijón. Les sentó en un círculo y trató de transmitirles su pasión por una asignatura menospreciada en la ordenación académica. La filosofía no enseña a apretar tornillos, pero sí las razones para hacerlo sin acabar convertido en un destornillador. Sin embargo, va camino de verse reducida a una 'maría' para completar los huecos en los horarios de Secundaria. Su mayor utilidad es enseñar a pensar. Eduardo opina que «los que tienen el poder saben que pensar es peligroso y no hay ningún interés en que los alumnos piensen».

La misma semana que este profesor andaba con estas preocupaciones, el Ministerio de Educación impulsaba sus medidas contra el fracaso escolar. Visto que demasiados alumnos acaban por abandonar los estudios por los suspensos, a las autoridades se les ha ocurrido que la mejor solución es ponerles cada vez más difícil catear o en todo caso que repetir curso les resulte casi imposible. La ministra Pilar Alegría defiende un cambio en la educación española con la sustitución de la cultura de la exigencia por la motivación. De momento, lo único seguro es que la medida casi asegura la solución del engorroso problema de las estadísticas. Es probable que recojan menos suspensos y por supuesto reducirá al mínimo el número de alumnos que repitan curso.

Distinto será que garantice la igualdad real de oportunidades o al menos que impida trasladar el batacazo a la Universidad. La pretenciosa ambición de resolver las cuestiones complejas con medidas simplonas pocas veces funciona. De momento, la solución ministerial ha servido para abrir un nuevo debate entre izquierda y derecha con pocos argumentos más que los prejuicios ideológicos. En cambio, no se ha hablado de las carencias de los centros, de las limitaciones de personal o de los recursos necesarios para construir esa nueva educación capaz de motivar al estudiantado. Como los aprobados, convertir las buenas intenciones en realidad queda en manos de los docentes, que han afrontado la pandemia con más esfuerzo que medios y más críticas que reconocimiento, pero que luego escuchan todos los días las excelencias de los modelos educativos de los que copiamos lo accesorio. Para superar el círculo vicioso de los propósitos frustrados hace falta pensar, como en las clases de Eduardo, que van camino de la extinción, excepto que a los suecos se les ocurra patentarlas.

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