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Sostiene el PP que las medidas del Gobierno frente a la inflación y el proyecto de presupuestos presentado para 2023 se olvidan de nuevo de la clase media y, dentro de esta, en particular de los jóvenes.
La alusión a los jóvenes no es banal, ... tiene todo el significado sobre el cajón de sastre en que ha derivado el concepto de clase media para la derecha y, además, vuelve a incidir en el rechazo a la revalorización de las pensiones en los presupuestos. Tal como si el cumplimiento de la ley dentro de la reforma de las pensiones se pudiese desligar de la reforma laboral y de la mejora en la calidad del empleo, que afecta en particular a los más jóvenes.
En relación al concepto de clase media, cabe preguntarse, por un lado, cuál es el significado del mismo en términos de renta disponible o de otros criterios adicionales, como el nivel educativo o el profesional, y, por otro lado, el de su utilización concreta por parte de la derecha, dos puntos de vista que casi nunca coinciden. Por otra parte, si los tramos de renta a que corresponde la llamada clase media deben ser todos ellos objeto de especial protección mediante rebajas adicionales, más en concreto del IRPF, además de las rebajas de los impuestos y las subvenciones lineales a la energía aprobadas hasta ahora para hacer frente a la inflación.
Sobre todo, porque en sectores de la derecha se tiende a elevar las rentas de la mencionada clase media hasta los cien mil e incluso hasta los ciento cincuenta mil euros anuales. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, con la reciente propuesta de considerar estas rentas con derecho a beca, y en la Comunidad de Andalucía, con la exención del impuesto de patrimonio, cuando es evidente que en ambos casos forman parte de las rentas más altas de los ejecutivos, los gestores o las profesiones liberales y las relacionadas con los emprendedores de las nuevas tecnologías. Además, no parece que estos estén tan afectados por la actual escalada de precios hasta el punto de ser considerados como sectores vulnerables.
La llamada clase media, como el centro político con respecto a la derecha y la izquierda, es una construcción teórica que remite a un sector social tan amplio que integra a parte de distintas clases, a las que solo les une que tienen una renta y una capacidad de consumo regulares, que van del mínimo suficiente para una vida digna a una vida de lujo, pasando por el que garantiza una vida confortable. En resumen, un colchón para las contradicciones sociales, un fondo para la recaudación fiscal y un granero de votos para la moderación política. En estos momentos, además, toda una paradoja, si nos atenemos al pronunciado declive de la clase media desde finales del siglo veinte y, sobre todo, a partir de la crisis financiera de 2008.
Por eso el criterio general y más acuñado sobre lo que significa clase media es el de los organismos internacionales como la OCDE, que establece un umbral del ochenta por cien a un máximo del doscientos por cien de la mediana de ingresos. Es decir el ingreso que tiene tanto la parte de la población que no llega a esa cantidad como la que la supera. Esa es la razón por la que la clase media se subdivide desde clase media baja, a media media y finalmente a media alta, hasta rozar el absurdo.
Habida cuenta de que en España la renta neta mediana anual, de acuerdo con la última encuesta de condiciones de vida del INE, fue de poco más de doce mil euros netos, la conclusión es que nuestra denominada clase media posee una renta anual entre los nueve mil y los veinticuatro mil euros. Cerca de la mitad de la población española. Una clase media muy parecida a la clase obrera clásica.
Llama poderosamente la atención que incluso esta clasificación se quede muy por debajo de la percepción subjetiva de los ciudadanos. Así, la última encuesta del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas pone de manifiesto que casi un 70% de la población española se considera a sí misma incluida dentro de la denominada clase media. Es decir, la clase media percibida casi duplica a la clase media definida por la renta.
Es por eso que dentro de la izquierda consideramos como integrantes de una misma clase trabajadora a todos los ciudadanos que dependen de su salario para vivir, sean éstos manuales o intelectuales, asalariados o autónomos, estén en la producción o en el ámbito del consumo, en el mundo analógico o digital. Una clase que objetivamente sigue siendo el grueso de la sociedad española y también a nivel global, aunque subjetivamente sean muchos menos los que se consideran a sí mismos clase trabajadora.
Lo que ocurre es que así como con un bajo nivel de renta nadie se considera pobre, apenas un diez por ciento de los miembros de la sociedad se incluyen dentro de la clase trabajadora, debido tanto a las connotaciones de fragilidad social y de activa conciencia de clase del término, como a la sistemática demonización en las últimas décadas de hegemonía neoliberal. Algo que tampoco ocurre por razones diferentes con las rentas más altas, debido sobre todo al incremento de las desigualdades y la consiguiente polarización social, que en este caso también les lleva a ocultar en las encuestas que forman parte de la exclusiva clase alta.
Un elemento añadido, este más propio de la sociedad de consumo de masas y en transición digital, es la asociación de clase media ya no como sinónimo del disfrute de una posición económicamente confortable, sino como el mero acceso a los bienes básicos de consumo tradicional como la alimentación, la vivienda, el automóvil o la ropa de temporada, así como, en particular entre las nuevas generaciones, a los principales símbolos de la sociedad tecnológica actual, como el iPhone.
Aunque el factor de identificación fundamental, que tiene que ver con la transición acelerada de la sociedad productiva a la de consumo digital, en un contexto de inseguridad, riesgos y catástrofes como la pandemia, la guerra o la emergencia climática, es sin lugar a dudas la sensación de fragilidad y, por tanto, el deseo de estabilidad al considerarse parte del refugio en que parece haberse convertido la clase media. La pertenencia a la clase media, más que conciencia de clase, se trata tanto de una común sensación de fragilidad como de una aspiración de estabilidad.
En este sentido, las medidas fiscales incluidas por el Gobierno de coalición en los presupuestos, como son la rebaja del IRPF para las rentas hasta 21.000 euros, el aumento del mínimo exento del impuesto hasta los 15.000 y la reducción adicional en el IRPF de cinco puntos en el rendimiento neto de módulos, así como del impuesto de sociedades para las pymes, parecen en general bien enfocadas para acoger a esa mayoría que se considera clase media, aunque en realidad esté más cerca de la tradicional clase trabajadora. De ahí la pertinencia de la síntesis de 'clase media trabajadora' acuñada por el Gobierno.
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