Aprendí de Ana María Matute algunas lecciones en el poco tiempo que pude acompañarla cuando vino a Gijón. Me advirtió ya en el aeropuerto, y una vez que la tapé con mi chaqueta para que no tiritara con la brisa del nordeste, de que le ... hablara alto y me pusiera a su izquierda, porque al contrario de otros que decían ser duros de oído, ella era sorda. Lo entendí como que se trataba de una persona que era tan clara al hablar como la prosa empleada en sus novelas. Por lo tanto, ya tenía material fiable para hacer una presentación de su persona y de sus libros. No escatimaba al contar la dureza de un matrimonio fallido, con un exmarido que aún duraba. Y una segunda unión con una gran persona, que en cambio se le había muerto. Esa es una regla que entendemos los pesimistas: Abundan las buenas personas que se mueren pronto, mientras que los más canallas suelen hacerlo viejos y en la cama.

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Ana María Matute no ocultaba sus frustraciones y sus depresiones. El mucho tiempo que permaneció inmóvil sin poder escribir, y algunos momentos que no le apetecía siquiera seguir viviendo. No era la suya una historia única, ni tampoco escasa, pero hay personas que no se arredran al contarlo. Esos ajustes de cuentas con el pasado producen, además, según dicen, una estabilidad en el presente, sea con ayuda o sin ayuda del psicoanalista. Lo que no estoy ya tan de acuerdo es con que para valorar las causas y los efectos no haya que establecer un juicio. Entiéndase como proceso, donde deben figurar todas las partes. Por ejemplo, tenemos una señora como Bárbara Rey, que en su día fue desnudada por Berlanga en 'La escopeta nacional', y también dice que fue desnudada por un rey, y no precisamente el rey de bastos. Un rey de los que todavía andan por ahí, y epatan a gente en pleno siglo XXI.

No he conocido a la señora Bárbara Rey; ni con el conocimiento bíblico, ni siquiera de vista. Pero al que sí conocí fue a su marido Ángel Cristo, al que me permitieron en EL COMERCIO hacerle una entrevista, cuando estaba instalando su circo. Clavaba estacas a maza como cualquier operario, y cesó el aporreo para explicarme e informarme. En mi cerebro quedó la imagen de un hombre educado, sencillo y cuyo valor no se le supone, como escribían en las cartillas militares, sino que lo demostraba delante de los dientes de los leones. Y ahora la buena imagen de este hombre me la destroza la señora Rey, llamándolo maltratador, drogadicto y celoso. ¿Y qué diría él de ella si levantara la cabeza?

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