Clarín y Gijón: algunas sombras biográficas

Hoy, festividad de San Antonio, lisboeta pero religioso en Padua, se cumplen 120 años del fallecimiento de Leopoldo García-Alas Ureña, conocido como Clarín

Sábado, 12 de junio 2021

Fernando [ García] Vela, discípulo y mano derecha de Ortega y Gasset, narró su velatorio, acompañando, como uno más de la familia, a «sus tres hijos», de los que era amigo, «bajo la gran magnolia del jardín» de la casa de Fuente del Prado, en Oviedo, ... donde poco antes se había mudado la familia Alas esperando que el aire puro le devolviera la salud a quien, médicamente, ya estaba desahuciado. Vela y los hijos miraban «fijamente aquella ventana misteriosa», la del cuarto donde yacía el escritor, «abierta de par en par», que le «parecía estar exhalando poco a poco un gran espíritu». Es curiosa esta fecha de 1901 y la cita de la escuela orteguiana, porque José Gaos y González-Pola (segundo apellido sobre el que luego volveré) había nacido en Gijón muy poco antes: el 26 de diciembre de 1900. El otro discípulo gijonés del autor de 'La rebelión de las masas', Pedro Caravia Hevia, lo haría el 16 de marzo de 1902.

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Alas Ureña, pese a algunos tópicos e inexactitudes, era asturiano por los cuatro costados. No sé de un solo antepasado, paterno o materno, que no hubiera nacido en este Principado. De ahí que la cuna zamorana tenga, incluso, menos impacto en su vida de lo que supuso León, por diversos motivos: su vínculo de infancia –1858-1863–, su juventud –la atracción entre él y su prima Juanita Ureña Barthe– y su despedida, casi agónico.

Que Clarín, de los lugares en que vivió, estudió o descansó, tenía un claro apego y querencia a la tierra familiar de Guimarán, en Carreño, es algo sabido. Como lo es que, ya antes de asentarse en Asturias, en febrero de 1866, tras los periplos políticos de su padre, tuvo una marcada influencia cultural y bibliográfica de su abuelo paterno, Ramón García-Alas y González-Pola (como Gaos). Lissorgues escribe que Leopoldo empieza a ser asturiano entre 1853 y 1858 y, singularmente, en los veranos en Guimarán. Don Ramón había sido catedrático de matemáticas en el Real Instituto Asturiano que, hoy, recuerda a Jovellanos, su gran impulsor. Diversos autores, desde Canella a Lissorgues, hacen de este profesor, que ejerció en Gijón entre 1814 y 1841, discípulo del propio don Gaspar Melchor –«y de los predilectos», dirá el propio Clarín en 1894–, aunque mi padre (Tolivar Faes) no logró constatarlo, suponiendo la influencia matemática de otro carreñense y docente en el mismo Instituto, Antonio de Condres Pumarino. Justamente, al cesar don Ramón en el Instituto, se elabora el primer censo –1842– y Gijón cuenta con 16.558 vecinos; superado entonces, quién lo diría hoy, no ya por Oviedo, sino también por Castropol, Cangas del Narcea y Valdés.

Se dice, coincidentemente, que este abuelo de Clarín había nacido en Guimarán, lo que parece seguro, en 1779. Año que ya no ofrece tanta certeza, pues consta documentalmente que falleció en 1866 con 85 años; curiosamente, también un 13 de junio. Puede ser un simple error, año arriba o abajo, pero de haber nacido dos años más tarde se entendería que hubiera dejado las enseñanzas en el Instituto a los sesenta años.

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También, pese a algunos errores biográficos, consta que, antes de enseñar en las aulas de tan magno centro, se había casado, en 1810 y, presumiblemente, en la parroquia de la novia, con Rita Suárez de la Vega, natural y vecina de Mareo-Leorio, a la que supongo nacida en torno a 1790. Al año siguiente de su matrimonio, nació la primera hija –Casimira– y, entre dos y tres años más tarde, llegó al mundo Genaro García-Alas y Suárez de la Vega, el padre de Clarín. Luego, la prole se doblaría, siendo ya don Ramón enseñante y más que seguro vecino de Gijón. Porque los trece kilómetros exactos que hoy hay entre el Real Instituto y la llamada 'Quinta Clarín', en Guimarán, en aquellos tiempos no se hacían en un santiamén y de las carreteras de la época en la zona nos ha dado cuenta, extraordinariamente, el profesor Agustín Coletes.

Cuando Clarín se instala en Asturias –con el paréntesis de Guadalajara y sus posteriores estudios madrileños–, los abuelos paternos ya viven en una casona del pueblo, aunque don Ramón sigue dando clases por Candás y Avilés, siendo, además, muy apreciable poeta en asturiano, como recogió Canella en sus 'Poesías selectas de la tierra'. Sin duda, de él aprendió Clarín mucho más léxico y gramática del habla local de lo que alguna vez ha querido venir a decirse. Que en la casa de los abuelos el asturiano era algo normal, parece evidente. Valga leer, hasta en la red, un poema de Ramón y baste presumir, por parte de abuela, que, en aquellos tiempos, en Mareo no se hablaban lenguas extrañas, como ahora puede ocurrir con ocasión de la trashumancia futbolera.

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En lo que se desconoce aún del niño Clarín está si visitó Gijón con sus abuelos; si estos mantuvieron alguna propiedad allí y si la familia de la abuela Rita, que solo tendría unos 70 años cuando el futuro autor de 'La Regenta' vuelve a sus raíces, seguía en Mareo o en algún otro punto del concejo gijonés. Particularmente, creo que sí, aunque estoy en el difícil empeño de probarlo.

En la obra de Clarín no cabe dudar que, cuando en 'Adiós, Cordera' describe que «el prao Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde tendido… [y] uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón», se está refiriendo al topónimo menor que hoy es más viaducto y polígono que otra cosa y que se ve perfectamente desde Guimarán.

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Años más tarde, en el verano de 1868, como nos ilustra Coletes, varios números de su periódico manuscrito 'Juan Ruiz' se escriben desde Gijón, donde el literato está de vacaciones, y uno de los textos previos lo anuncia: «Yo soy como cada hijo de vecino y tengo gana de remojarme».

Pero son muchos más los vínculos con Gijón que deberían ordenarse. Alguno, importante. Un tío suyo, quizá sobrino de su abuela Rita, apellidado Sierra, vive en Serín y le invita en septiembre de 1877 a la romería tradicional, donde, por allegados comunes, llega a conocer a un muchacho de 17 años que es, nada menos, que Adolfo Posada. Ahí se forja una gran amistad y uno de los embriones del famoso Grupo de Oviedo. Más tarde, en 1892, consta que asistió en la Villa de Jovellanos a la representación teatral de 'El zapatero y el rey', de su admirado Zorrilla y, en septiembre de 1896, como le relatará a Altamira, asiste a un mitin vibrante de Salmerón, su antiguo profesor de Metafísica, con quien departe un rato tras el acto político.

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Pero hay, como evidencia la biografía de Lissorgues, un momento de manifestación afectiva de Clarín hacia «aquella hermosa y floreciente villa» que, de paso, no deja de ser un recuerdo a su abuelo Ramón, y es su texto 'Epifanía', publicado el 20 de enero de 1894, en 'Madrid Cómico', como homenaje a Jovellanos, cuyo Instituto había cumplido un siglo trece días antes, y donde Alas se enorgullece de la relación discipular, que dice constar en la obra del ilustre gijonés, sobre su abuelo. Lissorgues también da cuenta y transcribe las impresiones de Alas al asistir, el 23 de enero de 1899 a la inauguración de la Exposición Regional, con una «elocuentísima arenga» improvisada por el rector Aramburu, «que comparte con Melquíades Álvarez el… consulado de la elocuencia». No es preciso relatar las relaciones humanas y académicas entre Clarín y don Melquíades.

En fin, entre tantas vivencias que podrían relatarse, destaca que, cuatro meses antes de su muerte, Clarín actúa como corresponsal –y luego mediador– de 'El Imparcial' en la gran huelga iniciada por los cargadores del muelle, escribiendo seis artículos sobre 'La cuestión obrera en Gijón'. Pero, repito, los ejemplos son merecedores de una investigación sistemática. Valgan estas líneas solo para recordar el estrecho vínculo de Alas Ureña con Gijón, quizá menos difundido, como conjunto, que sus visitas a Salinas o, incluso al Muros de Nalón de la Colonia artística. El amor a Asturias –no solo a Guimarán y Oviedo– del escritor es una constante vital. Hasta soñó y recreó un regreso de su venerado Campoamor, con quien, sin duda, se hubiera acercado hasta la desembocadura del Navia.

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