Las instalaciones deportivas de El Cristo, con sus murales. JOSE VALLINA

La ciudad inconclusa

ANÁLISIS ·

«La ciudad es algo vivo. Y como tal, enferma, envejece, requiere de cuidados permanentes y de acompañamiento político y social»

Sábado, 8 de mayo 2021, 02:02

Que las ciudades se transforman y no deben fosilizarse es algo por casi todos compartido. Es más: el no tocar nada suele llevar a situaciones de abandono, éxodo, ruina y peligrosidad de cascos antiguos. Con cuatro vergüenzas como el martillo de Santa Ana, los visitantes ... saldrían huyendo y ni museos ni templos ni palacios. Y es el ejemplo de la no actuación. Naturalmente, detrás de todo esto hay un problema no sólo técnico, estético o histórico-artístico, sino legal: en lo público, porque no hay recursos para acometer ambiciosas reformas interiores y, en lo privado, pese a los parches normativos recientes, que tratan de apostar por la ciudad compacta en vez de por el crecimiento disperso, porque el deber de conservación de los propietarios es un lastre difícil o imposible de soportar. Hay mucho y bueno escrito sobre estos temas y no es éste el lugar para entrar en detalles.

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Pero no me refiero ya a los cascos antiguos, a las urbes medievales. La ciudad es, con autoridad está escrito entre otros por Chueca Goitia, algo vivo. Y como tal, enferma, envejece, requiere de cuidados permanentes y de acompañamiento político y social. En tal sentido, describo sucintamente mi trayecto cotidiano a mi Facultad, en la Avenida de Valentín Andrés Álvarez, aquel moscón vinculado a Doriga, que fue físico y metafísico; economista y escritor; orteguiano y hombre de la generación del 27 y, según quienes tuvieron la suerte de tratarle -falleció ya en democracia- la viva encarnación del humor asturiano. En fin, como todos saben, su calle, donde, pese a la pandemia paso muchas horas, clases a distancia incluidas, desemboca en la ermita del Cristo de las Cadenas. Capilla a la que tengo cariño, más por su historia que por el pobre edificio de culto, heredero poco aventajado del templo neogótico de Juan Miguel de la Guardia, destruido en la Guerra Civil.

Bien, pues en el periplo hasta el despacho universitario, sigo viendo cosas que, la crisis y el olvido de distintas corporaciones hacen desmerecer a Oviedo. La primera, de la que ya escribí más veces, es toparme con el muro de ladrillo que divide en dos la modesta calle dedicada a don Severo Ochoa. Una vergüenza, debida a la falta de entendimiento entre una comunidad de propietarios y el Ayuntamiento y que no acaba de retomarse tras varias décadas para, al menos, abrir una servidumbre de paso.

La subida por la Avenida del Cristo es desoladora y todos tenemos culpa. A la derecha, los terrenos abandonados del viejo hospital, sobre los que gravitan muy buenas intenciones y algún plano, pero de los que, quizá dentro de dos o tres años, pueda decir lo mismo. En la acera de la izquierda, como en tantos puntos del barrio, numerosos comercios y establecimientos de hostelería cerrados que, hasta hace unos años, eran prósperos merced al complejo hospitalario. Y, por no hablar del Calatrava, más arriba, -ay- las dos crisis nos evidencian la historia interminable de Monte Cerrao. Una inmensa urbanización con algunos peros aunque no pocos atractivos. Con cuentagotas parece querer revivir, pero en mucho más lo que resta por hacer que lo ya materializado. Y así llegamos a la perpendicular de la avenida del doctor Julián Clavería, a quien inmortalizó en piedra Víctor Hevia, cuyas aceras son un cúmulo de cascotes y parches de cemento, porque las baldosas están peor que las teselas del paseo de Los Álamos, lo que ya es decir. Y esto sí es culpa de los gestores cercanos, porque la obra es ciertamente de poca monta, pero desacredita a edificios como el del Instituto Adolfo Posada o la contigua Escuela Oficial de Idiomas y los centros académicos del otro lado. Acera de enfrente donde, en la residencia e instalaciones deportivas del Principado -las famosas piscinas-, hace pocos años, desde instancias oficiales de Juventud del Principado, se permitió grafitear paredes, con técnica manga; como todo, a veces con arte y en otras no tanto. El tema es que ya está descolorido y pide a gritos otro tipo de pintores para enjalbegar aquello. Y más arriba, el parcialmente fallido y conflictivo Campón, los depósitos de agua, cada uno con su historia y mil cosas más pendientes.

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