El circo del Congreso
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El Gobierno ha sacado adelante su reforma laboral. Era una de las grandes promesas de su programa, uno de los acuerdos fundamentales de su pacto con Podemos y la principal aspiración legislativa para enfilar el camino de las urnas. Para que la nueva ley llegara ... al Congreso mucho tuvieron que trabajar, aguantar y ceder los agentes sociales. El presidente de la patronal ha tenido que soportar no pocas críticas, las más duras desde sus propias filas, donde sus concesiones para el acuerdo han parecido baratas y excesivas. Los sindicatos moderaron su discurso mucho más de lo que les hubiera apetecido para evitar un clima que impidiera a los empresarios sumarse a la propuesta del Ministerio de Trabajo. Hasta Yolanda Díaz, que ve en la norma su gran baza para erigirse como referente electoral de la izquierda, tuvo que ajustar su necesidad de protagonismo unas veces y mostrar el colmillo otras para que el PSOE mantuviera su respaldo, cerrara filas y se embarcara en una negociación con los partidos que comenzó por los socios naturales y acabó arañando votos allá donde una concesión presupuestaria sumara apoyos.
Derogar la ley con la que el PP abarató el despido y que aún hoy reivindica como la principal medida que permitió crear tres millones de puestos de trabajo era el gran objetivo de la izquierda, pero sobre todo de los sindicatos, desde hace una década. La reforma laboral suponía un desafío para la política española. Su trascendencia y la complejidad de los acuerdos necesarios para sacarla adelante exigía a Gobierno y oposición situar lo más alto posible el listón de su capacidad. La norma ha salido adelante gracias a la geometría variable convertida en la aritmética del esperpento. Solo el error contumaz de un diputado del PP, Alberto Casero, que se equivocó en cuatro de las diecisiete votaciones del día, permitió al Gobierno superar la inesperada traición de dos diputados de UPN, que tras una conversación con el partido de Pablo Casado, vieron la luz y decidieron romper filas. Este cambio, que Adriana Lastra ha definido sin morderse la lengua como compra de votos, hubiera resultado mortal para la reforma si la torpeza del parlamentario popular no hubiera acudido al rescate como si su conciencia, de forma involuntaria, le dictara la enmienda. A fin de cuentas, tenemos por solo un voto de diferencia una reforma laboral cargada de buenas intenciones para los trabajadores y expectativas sobre lo que pueda suponer para la economía española. Y de paso, el circo de su aprobación en el Congreso nos ha dejado claro que del Gobierno y la oposición debe preocuparnos tanto sus principios como sus métodos.
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