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No voy a hablar de la Ley de Memoria Democrática. Ya nace momio. Los buenos serán muy buenos, los malos serán muy malos. En el siguiente ciclo político será derogada y vuelta a empezar. No, no es eso de lo que me interesa hablar, sino ... de la construcción del patriotismo. O al menos, de un cierto tipo de patriotismo.
Hace poco, Ross Douthat publicaba un artículo en el 'NYT', 'Why a patriotic educatión can be valuable', que trataba exactamente de esto. Su opinión era enjundiosa, y Douthat expresaba sus dudas sobre América, sobre su continuidad como proyecto, y sobre la forma de exorcizar los demonios de la nación repensando cómo enseñar a las nuevas generaciones su historia. A los críos se les da una educación patriótica, visitando los campos de batalla, mostrándoles las biografías de Lincoln o Franklin, alabando las hazañas de Paul Revere… God Bless the USA y el resto de matraca. Considera que eso está bien: empezar por lo bueno, ya que, a continuación, hay que levantar las alfombras para ver también lo que hay debajo. Esclavitud, segregación, exterminio de nativos, etc. Una educación patriótica valiosa implicaría todo, un panóptico general de la gloria y una distancia crítica con los pecados de la nación. El amor a un país no debe basarse solo en la inocencia o la grandeza, sino también en las miserias, como en las familias, donde hay que cargar con lo bonito y con lo feo. Pero antes de empezar con las miserias, hay que mostrarles las hazañas.
La base patriótica de España siempre ha estado desequilibrada. Aquí siempre hemos sido de César o Nada. Creo que era Cioran quien escribía que el español, si sale de lo sublime, se vuelve ridículo. Tampoco tenía razón, pero algo había olido. Para crear amor por el país sin caer en el cainismo de siempre, para formar cierto sentido primario de la lealtad y la querencia por la patria, a lo mejor hay que mostrar también nuestras debilidades, nuestras malandanzas. Por mucho que se diga, la historia de España no es mejor ni peor que la de cualquier otro país que haya tenido un imperio, la diferencia es que hemos manejado peor la propaganda. Nuestra historia está repleta de hechos admirables, valientes, de actos de resistencia y creatividad. En ocasiones, las gestas de los españoles parecen haber sido hechas por marcianos, dada a priori su imposibilidad. Y todo eso está bien. Luego, una vez que tenemos claro que somos la hostia, podemos empezar a introducirnos en la oscuridad, en las duras verdades históricas. Creo que es la única forma de criar ciudadanos. Las virguerías del 'Glorioso' en 1747 hacen palidecer a producciones como 'Master and Commander'; la conquista del continente americano en menos de 60 años por un puñado de hombres es un episodio inigualable; la visión estratégica de un Leovigildo es un borrador de cómo liderar; dar la vuelta al mundo en las condiciones de la época fue más difícil que subir a la Luna; la expedición Balmis o la de Coronado, la guerrilla del Empecinado, el milagro de Empel, las Leyes Nueva de 1542 a favor de los indios y para detener la Conquista… Todo son pedazos de nuestra historia absolutamente admirables. Y ahí se quedan, en el santoral. Son inspiradoras, y como decía Chesterton, la mediocridad posiblemente consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. A continuación, vienen otros pedazos.
John Wayne decía en 'La Diligencia': «Hay cosas de las que un hombre no puede huir». Nosotros tampoco. Y no se trata de vilipendiar, sino de arrostrar lo que hay. Y hay que hacerlo sin reverencia ni resentimiento, en la medida de lo posible. Hubo esclavismo, hubo matanzas, hubo humillaciones, hubo saqueo. Pero necesitamos un poco de rigor intelectual, un atisbo de probidad. Si vamos a introducir algo en los currículums escolares, que sea honesto. Que se señalen logros y errores, vale, pero teniendo también en cuenta la mentalidad de cada época, ya que el ojo crítico del siglo XXI no sirve para comprender determinadas actitudes y decisiones. Ya tenemos demasiada discordia, el 'guerracivilismo' debería quedar en un museo, junto con las pistolas STAR y los Polikarpov. Y al hilo del 18 de julio de 1936, claro que hubo un golpe de estado de los militares. Y una dictadura de Franco. Pero también una violación continua de los derechos civiles por parte de la República. Algunas de las fuentes de la Transición ergo de la Constitución son unos señores vestidos de azul, con gafas oscuras y bigotito, pero esa Constitución y las amnistías nos han dado las mejores décadas de la historia de España. Y para eso están los pactos, para seguir avanzando. Las víctimas no fueron solo de la izquierda, también hay muchos de derechas en las zanjas. Hubo mucha represión por parte de los franquistas, pero también durante el levantamiento de Jaca en 1930, o en el golpe de estado revolucionario de 1934, y para qué seguir. Hay que pechar con ello. Lo que no vale es la reconstrucción a mayor gloria del mandamás de turno, el establecimiento de una 'hegemonía cultural', la imposición pública de un relato. Y menos un aparato de control de la discrepancia, inquisidores o chequistas de la memoria, con fiscalía incluida. Ya se ha sacado a Franco de su tumba, pues vale, ¿y ahora qué? ¿Vamos a volar la cruz del Valle de los Caídos como se volaron las esvásticas en Núremberg? ¿Para tener el vídeo y subirlo al Instagram? No se puede crear un patriotismo, una idea de España, mutilando y falsificando la historia. Y si tienes en mente hacer un proceso constituyente, ten en cuenta que va a haber contrarreforma, es cuestión de tiempo.
Dicho esto, poco más hay que añadir. Quien tenga orejas, que escuche. No sucederá, claro, porque a la clase política le conviene la polarización, el 'y tú más'. Conviene que seamos, en palabras de Richard Ford, «patriotas de parroquia, que la patria sea el pueblo donde naces». Conviene, en palabras de otro hispanista, Gerald Brenan, «el placer ascético de ver las cosas llevadas a sus últimas consecuencias, el desconcierto de la razón, el todo o nada». La cosa es que ya sabemos dónde acabamos la última vez que nos dio por seguir las enseñanzas de Calígula: «O se es frugal o se es emperador».
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