Este lunes, desde Atenas y sin hacer ninguna referencia al pifostio político y jurídico que tiene montado el Gobierno a raíz de la finalización del estado de alarma, el presidente Pedro Sánchez ha manifestado que «estamos a tan sólo cien días de lograr la inmunidad ... de grupo, es decir, de lograr que el 70% de la población española esté vacunada y, por tanto, inmunizada». Cien días, según como uno se los tome, pueden parecer muy breves o llegar a contener una vida entera. He estado echando números y me da la sensación de que a mí, particularmente, se me van a quedar cortos. Cuenten conmigo.

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Por lo menos cuatro para despedir a José Manuel Caballero Bonald como se merece: con una lectura sosegada de 'Ágata ojo de gato'. Otros diez —y pocos me parecen— para ajustar de nuevo el reloj biológico a esto de poder salir a la calle después de las once de la noche. Dicen las malas lenguas que el ser humano tarda veintiún días en adquirir un hábito nuevo, así que voy a ser prudente y reservármelos, por si acaso, para recuperar el ritmo de escritura. Luego vendrá el mes de vacaciones de rigor, porque una, además de juntaletras, también es persona. Pongamos que en cuarenta y ocho horas, si nos damos maña, podríamos ser capaces de pintar el apartamento. Sumo también tres jornadas de 'actos oficiales': la comunión de mi primo, la puesta de largo del libro de mi colega y la boda de Almudena y Pablo. Me queda, si he contado bien, una semana para despachar a cada uno de los Jinetes del Apocalipsis, a ver si se van bien lejos de una maldita vez. Y todavía me resta un día: el final de toda esta movida, el último de los últimos cien días de soledad que nos esperan, bien vale una jornada de reflexión.

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