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La Empresa Municipal de Servicio de Medioambiente Urbano (Emulsa) tiene en mente un proyecto y consiste en pagar más por la basura que generamos. La verdad, ninguna novedad. Desde luego, en materia de residuos tenemos una escalada de impuestos constante y la excusa siempre es ... la misma: cuidar del medioambiente. En este caso, sería a través de las bolsas de basura que compramos. Si así lo certifica un estudio de vialidad que ha encargado -ojo, y que cuesta 66.500 euros-, ya no podremos adquirirlas donde nos dé la gana. Tendría que ser un modelo normalizado, por colores y hasta piensan instalar máquinas expendedoras para facilitar su uso. Todo ello, con el objeto de que generemos menos residuos. Es decir, a mayor número que utilicemos acabaremos pagando una tasa más alta. También si lo que arrojas no puede ser reciclado. Según parece, el sistema se denomina en inglés 'pay as you throw' (paga por lo que tiras), el cual se quiere combinar con el 'know as you throw' (conoce lo que tiras). Siendo el resultado final para el bolsillo ciudadano un 'fuck you' (chínchate, en traducción libre) como una casa.
Vamos a ver, ¿qué es realmente lo importante? ¿La bolsa o lo que meto dentro? Si dentro de un contendor arrojo correctamente mi basura reciclada, ¿por qué tiene que ser en una que me impongan desde instancias municipales? ¿Por qué no puedo comprarla donde quiera, el modelo que me apetezca y al mejor precio posible? Nuestra tasa de reciclaje ha mejorado y está aproximadamente en el 32,84%. Eso sí, todavía muy lejos del 50% que nos pide la Unión Europea. Todo ello, a pesar de realizar un esfuerzo importante cambiando los contenedores de las vías públicas. En muchas ocasiones, la gente (preferentemente mayor) no entiende el sistema o, simplemente, se resiste a tener cubos separados en su casa. En otras, tampoco se lo ponen fácil. En Gijón, para abrir el correspondiente a residuos orgánicos es necesario utilizar la tarjeta ciudadana que facilita nuestro Ayuntamiento. Cosa que muchos no tienen y, por tanto, se lo encuentran cerrado. Además, hay que hacer piruetas para abrirlo con la susodicha tarjeta y luego arrojar las inmundicias. Resultado: las bolsas acaban siempre en cualquiera de los otros contenedores, independientemente de su color. Tenemos, pues, que mejorar muchas cosas antes de freír a los gijoneses con impuestos sobre la basura. Tema recurrente y que nos cuesta muchos euros al año.
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