Como en el medievo, las reliquias siguen teniendo sus adeptos, ya sea el brazo incorrupto de una santa o la espada de un felón. Para elevar un simple fetiche a símbolo nacional solo hace falta poder y la credulidad gregaria de la masa. Decía Marx ... que la historia sucede dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, desdeñando disputas anacrónicas utilizadas como maniobra de distracción. Es propio de falsos y pusilánimes aplaudir un teatrillo en el que no creemos y persignarse cuando no reconocemos otros dios que el propio medro. El sainete de la supuesta espada de Bolívar recuerda a 'La Vida de Brian' -una película que hoy se enfrentaría a un batallón de fundamentalistas- concretamente a la escena en la que los conversos debían escoger entre seguir al zapato o a la calabaza. Es fácil alistarse de boquilla a cuantos movimientos de liberación tengamos tiempo a adherirnos. El problema es que nos quedemos con sus luces e ignoremos sus sombras, erigiéndonos en jueces ventajistas de la historia desde la comodidad del sofá, con una perspectiva ingenuamente contemporánea,. No es difícil autoproclamarse heredero de quién ya no puede rechistar y ladrarle bajito al jefe, como perros falderos, simulando rebeldía. La humanidad debería saber dónde va aunque sus gobernantes lo ignoren. Cristóbal Colón nunca imaginó que lo que había descubierto no eran las Indias, un sueño obsesivo que le llevo hasta el matrimonio con la hija del gobernador de Porto Santo para estudiar las corrientes marinas en los confines atlánticos. Siguiendo la doctrina del «tú más», siempre hay alguien aún peor y aparece en el foco la decrépita Nancy Pelosi, extrañando la atención que disfrutaba flagelando a Trump, pensando que, para lo que le queda en el convento, era buena idea orinar a los pies de China. Imaginar que buscaba la paz mundial es como tragarse que eran chicos de instituto los actores de 'Grease'. El derecho internacional es una arcaica balanza en la que los contrapesos son esenciales para el equilibrio. Europa ha perdido de nuevo la oportunidad de tener una voz propia, abandonando el cortejo de los Estados Unidos, que huyen hacia adelante entre la ruina y el enfrentamiento civil. Es arriesgado engolosinarse con cualquiera cuando el repertorio de infamias es tan grande. Los Tratados Desiguales, que Occidente obligó a firmar a China tras las Guerras del Opio, forman parte de un pasado que felizmente no volverá y la coartada de salvaguardar las libertades cada vez resulta menos creíble. Los imperios ya no son engullidos por el desierto sino enterrados en dinero o deudas. El mundo está suficientemente convulso como para que nos empeñemos en poner piedras en zapatos ajenos.
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