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«Toma, te regalo este décimo de lotería porque si te toca a ti, también me tocará a mí». Esa surrealista frase la oí siendo adolescente en los años setenta a la salida del antiguo cine Hernán Cortés en Gijón que estaba pegado al hotel ... del mismo nombre en el cual se hospedaba el equipo del Barcelona con su rutilante figura Johan Cruyff y otros iconos como Rexach o Marcial. Y precisamente, Rexach, jugador inteligente, talentoso pero indolente y poco dado al esfuerzo (acuñó aquella frase de que «correr era de cobardes»), fue el destinatario del billete de lotería con el que un fan del equipo culé quiso unir su suerte, aunque mejor hubiera hecho quedándose él los dos billetes.
La imagen de aquel hombre que tendría unos cuarenta o cincuenta años, haciéndose hueco entre la muchedumbre que trataba de ver de cerca a los componentes de un equipo que arrasaba en la liga española y que ganó el título en Gijón venciendo por 2-4 al Sporting, me quedó grabada en mi mente y en mi retina y siempre me pregunté por qué hizo aquello. En aquel Barcelona, Cruyff era la imagen del triunfador, innovador, con un toque algo altivo, rezumando seguridad y Rexach, era como el cerebro en la sombra, un hombre frío y calculador, lleno de clase pero que dosificaba sus esfuerzos. Ambos eran mis favoritos, junto con el madridista Netzer. Siempre me pregunté qué razones tendría aquel hombre de aspecto humilde para regalarle lotería a un jugador adinerado que vivía en la parte alta de Barcelona, en Pedralbes, cuando el generoso donante probablemente tuviese un trabajo duro y mal pagado. Con el paso del tiempo creo que entendí a aquel hombre, pero nunca dejó de darme pena.
La idea de invertir o jugarse los ahorros, subiéndose al mismo barco que pilota un millonario prestigioso se ha puesto de moda ahora con las SPAC (Special Purpose Acquisition Company o Empresa de Adquisición de Propósito Especial), que consiste en que una persona de prestigio aporte un capital inicial al que van sumando sus ahorros otros que confían ciegamente en su olfato inversor. Una vez reunida una importante suma, se procede a comprar una compañía para lanzarla al estrellato o…al tortazo, depende. En el fondo, se trata de un cheque en blanco, en la confianza ciega de que el gurú-guía acertará. En principio, la idea no tiene por qué ser mala, aunque tiene los riesgos de toda inversión, pero la cosa se pone más peligrosa cuando ese gurú no es una persona experta en finanzas, sino una simple «celebrity» o un deportista de éxito (con más tatuajes que inteligencia), lo cual ya está empezando a suceder.
Las SPAC nacieron en Estados Unidos y ya han llegado a Europa y en lo que va de año ya hay más de 250 «spacs» rodando por el mercado, moviendo más de 80.000 millones de dólares, lo cual ha despertado el temor de los reguladores financieros. Hasta ahora, el comportamiento más habitual consistió en que hubiese rentabilidad para los primeros que se subieron al carro y pérdidas para los últimos, lo cual acercaría la situación a lo que ocurre en los planteamientos piramidales. Cuando una persona deposita su dinero en ese vehículo de inversión denominado «spac» lo está haciendo en un cascarón vacío en alta mar y puede pasar de todo, incluso que pierda casi todo su dinero.
Las razones de fondo por las cuales se expanden las «spacs» son sobre todo dos. Por un lado, la ausencia total de alternativas para la inversión ya que ni la renta fija (bonos, obligaciones, plazos fijos en bancos, etc.), ni la renta variable, ni los inmuebles parecen alternativas claras de inversión en estos momentos. La segunda razón, es la tendencia del ser humano a «vivir la vida ajena» en lugar de la propia, lo cual explicaría el deseo de compartir las ganancias o las pérdidas con algún famoso que lidera ese proyecto en el cual deposita su dinero, llamado SPAC.
Lo curioso es que proyectos inversores sólidos como los del magnate Warren Buffet, al frente de Berkshire Hathaway, continúan liderados por dos «jovencitos» que son el propio Buffet con 90 años y su mano derecha, Charlie Munger con 97, ambos con una trayectoria plagada de éxitos en sus decisiones financieras. En cambio, hay gente que prefiere confiar su dinero a un actor de cine o a un futbolista famoso. Allá ellos.
Volviendo a aquel Barcelona, Cruyff y Rexach labraron una gran amistad dentro y fuera del terreno de juego. Ambos se beneficiaban de aquella relación. El primero por ser amigo de un icono catalán del equipo y el segundo por ser amigo de la máxima figura mundial de aquel momento. Así funcionan los negocios, que son negocio cuando lo son para ambos. Con el paso del tiempo, a Cruyff pese a tener fama de pesetero y de ser listo como el hambre eso no lo libró de ser víctima de un engaño inversor y perdió una fortuna en negocios de cerdos, aunque luego se recuperó apurando sus últimos años jugando en el Levante, en Estados Unidos y en Holanda en los dos clubs principales, Ajax y Feyenord y siendo, posteriormente, entrenador del Barcelona, otra vez apoyado en Rexach, su mano derecha.
Como todo en la vida, aquello tuvo un final y la amistad se rompió, cuando Cruyff fue despedido como entrenador azulgrana y Rexach no tuvo reparos en aceptar ser su sustituto. En aquel momento, pasaron de ser amigos inseparables a enemigos irreconciliables. Algo así les pasará a los que inviertan el dinero en una SPAC dirigida por una celebridad televisiva si pierden su dinero. En ese momento, sentirán que odian a ese gurú, pero nadie los obligó a hacer eso. El problema es querer vivir la vida propia a través de la ajena, dando un cheque en blanco a alguien de quien no se sabe nada.
No sé si aquel décimo de lotería les habrá tocado a aquel pobre hombre y a Rexach y tampoco estoy muy seguro de lo que hubiese sido lo mejor, ya que si no tocó malo, pero si tocó el donante se habrá preguntado mil veces por qué le regaló aquel décimo.
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