En '1984' Orwell escribe: «El pasado fue borrado, lo borrado fue olvidado, la mentira se convirtió en verdad». También escribe: «Cada registro ha sido destruido o falsificado, cada fecha ha sido alterada. Y el proceso continúa día a día. Nada existe salvo un interminable presente ... en el que el Partido siempre tiene razón». La destrucción del conocimiento, la manipulación de los hechos ha sido un clásico en la historia de la humanidad. Todo el mundo se acuerda de los nazis quemando libros en mayo de 1933, pero hay más. Mucho más. Y si tú quieres prender fuego al mundo, lo que tienes que atacar primero es el lugar donde se almacena nuestra memoria: las bibliotecas y los archivos.
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El papel, el pergamino, el papiro, todo es frágil. Los soportes digitales, tanto o más. Con ellos puedes hacer desaparecer a Tolstoi, a Apolonio de Rodas. Puedes hacer que se desvanezcan los títulos de propiedad, las actas de acuerdos, las listas de ciudadanos, las cuentas corrientes. Puedes convocar el fin del mundo. Lo intentaron en Sudáfrica durante el apartheid, quemando los archivos para eliminar pruebas incriminatorias del régimen racista. El imperio asirio fue destruido, como también se intentó con su reserva de conocimiento, la gran biblioteca de Asurbanipal, pero sobrevivieron 28.000 tablillas, que muestran lo esencial que es en cualquier época. Registros, decretos, creencias… La mismísima Epopeya de Gilgamesh… Las instrucciones del Gran Rey a sus hombres, hace 2.600 años, eran claras: «Las tablillas raras que tú bien conoces y que no existen en Asiria, ¡búscalas y tráemelas!». La biblioteca de Alejandría desapareció no por un incendio, sino por la desidia, por el paso del tiempo, por la negligencia, por el abandono. Aunque había otra tan importante pero menos famosa, la de Pérgamo, que mantuvo con ella una rivalidad casi futbolística, pero también se fue desvaneciendo.
Las perdidas de libros. La conservación de los libros. Es una dialéctica que recorre los siglos. Se encuentran los Rollos del Mar Muerto conservados en vasijas de cerámica en las cuevas de Qumran. Se pierden los textos de Safo, seguramente porque en un momento no fueron lo suficientemente relevantes para ser copiados. Se mantiene la Biblioteca Capitular de Verona y su scriptorium. Se venden a saldo o se destruyen las bibliotecas católicas durante el periodo en que los Tudor conforman la Iglesia de Inglaterra. Se admiran las grandes bibliotecas islámicas, como la Casa del Conocimiento del persa Ardashir, con más de 10.000 volúmenes. Los ingleses queman la biblioteca del Congreso de los recién creados Estados Unidos durante la toma de Washington en 1814. Se funda la biblioteca Bodleiana, que garantiza el acceso a su catálogo a la «entera república de los sabios». Max Brod hace caso omiso de los deseos de Kafka de hacer desaparecer sus escritos y se salvan textos como 'El Proceso', 'El Castillo', 'América', 'La metamorfosis'…
La lucha es eterna. Y es contada minuciosamente en el ensayo de Richard Ovenden 'Quemar libros', editado por Crítica. En una carta de 1813, Thomas Jefferson escribe: «Aquel que recibe de mí una idea recibe instrucción sin disminuir la mía; aquel que enciende su vela con la mía, recibe luz sin que yo quede a oscuras». El califa Omar, hace 1.400 años, berreaba: «Si estos textos de los griegos convienen con el libro de Dios, son inútiles y no deben conservarse. Si discrepan, son perniciosos, y deberían destruirse». La biblioteca de Lovaina, que contenía 300.000 volúmenes, fue quemada por las tropas del Káiser en 1914, y vuelta a quemar por un bombardeo de la Wehrmacht en 1940. Siguiendo con los alemanes, sección nazi, estos destruyeron alrededor de cien millones de libros durante el Holocausto. Pero no solo. Los nazis también salvaban bibliotecas enteras, listas de libros prohibidos que destinaban a departamentos concretos para su estudio y así comprender mejor la cultura que intentaban destruir. Acción. Reacción. Surge la Brigada del Papel en la invadida Vilnius: bibliotecarios e intelectuales judíos que ocultaban libros en yidis, a riesgo de terminar fusilados. Así se salvaron libros raros, cartas manuscritas de Tolstoi, Gorki, Bialik... Incluso dibujos de Chagall. Larkin eligiendo la parte de sus diarios que debería ser destruida. Los proyectiles que comienzan a caer el 25 de agosto de 1992 sobre Sarajevo, que acabarán por incinerar la Biblioteca Nacional, mientras las brigadas de bomberos luchan contra el fuego bajo las bombas y los francotiradores serbios. La maldad. La épica. Todo revuelto. 400.000 volúmenes desaparecidos a la temperatura que nos recuerda siempre Ray Bradbury: 451 grados Fahrenheit.
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La lista es infinita. El conflicto perdurará hasta que el último hombre desaparezca del planeta. El botín es demasiado goloso: quien controla la memoria controla la historia, quien controla la historia controla las sociedades. Los nuevos desafíos son claros: los leviatanes digitales que controlan los datos, tan poderosos como para tener en sus manos la memoria cultural. Los datos se recogen en todo el globo, y ya se utilizan para manipular nuestro comportamiento, modular conductas, hábitos de compra, incluso monitorizan nuestra salud. Son el sueño erótico de la Stasi, la aspiración máxima de la Iglesia Romana en su mejor momento. Se denomina Capitalismo de Vigilancia, y modifica, controla y monetiza todos nuestros datos. Nuestra memoria ha sido externalizada, privatizada. ¿Conseguirán las sociedades controlar de nuevo sus datos, enfrentándose a estos 'superpoderosos', a fin de que instituciones públicas se hagan cargo de su gestión, o finalmente viviremos la distopía que nos anunciaba 'Un mundo feliz'? Drogas legales y algoritmos. Entretenimiento a todas horas. Soma universal.
Dentro de cien años los historiadores nos contarán cómo hicimos frente a este leviatán, o bien estaremos viviendo en los mundos virtuales que nos adelantaba 'The Matrix'. Ya saben: pastilla roja o azul. La incómoda verdad o la dichosa ignorancia.
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