Esta semana hemos conmemorado, con distinta perspectiva cada cual, el 25 de mayo; fecha que, poco a poco, va tomando espacio en el calendario asturiano, aunque, como digo, desde distintas sensibilidades. Sabido es que hubo una ya añosa tentativa de hacer de este día la ... fiesta de la Comunidad Autónoma y, por ello, rememorarla con cierta solemnidad, como se acaba de hacer, molesta a quienes temen que el día de Covadonga pase a ser una fiesta litúrgica sin otras connotaciones. Luego, hay quienes solo se fijan en la supuesta soberanía de la Junta Suprema en la que, en 1808, se erigió la Junta General del Principado. Algo similar, en términos nacionalistas, a lo que ocurre con el Consejo de Asturias y León de 1936-37. También -y este año más- los devotos de la simbología propia remarcan los 215 años de nuestra bandera y no faltan quienes identifican la declaración de guerra al invasor con lo mejor de una España que luchaba por su independencia. País que no tardaría en echar a perder su gallardía y orgullo al desear el absolutismo que llevaría, hace 199 años, al General Riego al patíbulo.
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Está bien recordar la historia de los pueblos. Es formativo y aleccionador, aunque ahora los planes de estudio de la Secundaria quieran prescindir del pasado lejano. De ser así, el Reino de Asturias sería una leyenda que solo interesa a los ancianos y, aunque no todo sea verídico, por la escasa fiabilidad de las fuentes, la tradición oral también aporta cultura y no sólo reclamo folclórico o turístico. En ese sentido, mi colega el profesor José Alba, que se está dejando la piel desde el Movimiento Europeo de Asturias para que la Vía Carlomagno recorra nuestra geografía, suele recordar, con gran acierto, la diferencia, en inglés entre la popular 'story' y la ortodoxa 'history' y todo forma parte del acervo cultural de una comunidad.
También hoy, 29 de mayo, es fiesta en Milán y en toda la Lombardía. Un destino al que parece que se va a poder llegar, en vuelo directo, desde Asturias. ¿Qué conmemoran allí? Pues nada menos que la breve batalla de Legnano, en uno de los episodios del Sacro Imperio, en el que el ejército del poderoso emperador Federico 'Barbarroja' se enfrentó, sin éxito, en 1176, a las tropas de la Liga Lombarda, la de las 26 ciudades; todas fascinantes al día de hoy. Una fecha del siglo XII, cuatro siglos posterior al Reino de Asturias, pero ciertamente muy antigua y que se conmemora festivamente por más que la calamidad bélica ya no provoque signos de sensibilidad en los lombardos.
Reitero mi interés por los recuerdos históricos, siempre que no sean histriónicos ni de ellos se saquen, a conveniencia, interpretaciones de presente anacrónicas y fuera de contexto. Por tanto -y también por razones familiares que no vienen al caso- me alegra la paulatina oficialización del 25 de mayo, intentando ponernos en el lugar y el momento de nuestros antepasados, que también cometieron errores. Todo pueblo aúna heroicidades y miserias y lo más falaz y acientífico de los nacionalismos extremos es sublimar las primeras y ocultar las segundas.
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En fin, hablando de aciertos y despropósitos, la fugaz visita, para el divertimento, del rey emérito, también me ha traído a la cabeza la facilidad con la que pueden caer al abismo quienes antes subieron a las nubes. En otra ocasión escribí que no me daba pena un señor mayor y achacoso, sino un pueblo que creyó, monárquico o no, en su ejemplaridad. El espectáculo de su viaje, de las gentes que celebraban su regreso sin importarles la corrupción, es deprimente. Sabido es que parte del electorado vota a personajes de los que no desconoce su catadura moral solo por sectarismo, filias y fobias. Y si, como en el caso de la Monarquía, ni siquiera se vota, mejor. Los paralelismos históricos que se han hecho constar estos días son manifiestos. Los bandazos políticos del pueblo español hace doscientos años parece que nos persiguen y, como ocurría en tiempos medievales, seguimos viendo a reyes enfrentados a su propia familia. Parece claro que esta convulsión institucional, aliada a las crisis de todo orden, requiere de grandes pactos de Estado. Pero quizá nos falten estadistas a la altura de unas circunstancias tan complejas.
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