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A veces es necesario decir las cosas claras para entenderlas mejor. Catar -y no Qatar- es un estado árabe donde gobierna una monarquía absolutista (la familia Al Thani). Esto es, para que nos quede cristalino, una forma de gobierno en la que el rey tiene ... el poder absoluto. Como en la Edad Media, vaya. No hay división de poderes ni partidos ni nada que se parezca a un sistema democrático de gobierno. Ni de lejos.
Catar, el país con mayor renta percápita del mundo gracias a la recolección de perlas, el petróleo y, sobre todo, a que es la tercera reserva mundial de gas natural, acoge el Mundial de Fútbol entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre de este año, en lo que será la 22ª edición de la competición. Y me resulta cuanto menos curiosa, ciertamente, la visión selectiva que mantenemos sobre algunas costumbres, leyes y prácticas del país, así como la cantidad de veces que se edita al día su página en la Wikipedia para añadir a su descripción palabras como «pacífico» o «sin violencia». Quizá por eso no matan a los homosexuales -relaciones consideradas allí un pecado y un delito. Está prohibido ser homosexual- y solo los encarcelan. A veces pueden flagelar o lapidar, pues su Código Penal lo permite, pero no matan a nadie desde el año 2003. Oficialmente. Por cierto, la página de la enciclopedia virtual titulada 'Derechos humanos en Catar' también es modificada con frecuencia en los últimos días.
Catar, explican, ha construido todo lo necesario para albergar el mundial de forma eficaz, rápida y competente. Lo que no dicen es que a Catar se le ha llamado la atención en numerosas ocasiones -hoy sigue bajo sospecha- por el uso de la servidumbre involuntaria para hacerlo. Dicho de otra manera, un contrato típico del feudalismo. ¡Anda! La Edad Media de nuevo. Qué cosas. Esto, aseguran algunos, ha cambiado. Oficialmente. El periódico británico 'The Guardian' escribe que desde 2010 -año en el que se adjudicó el mundial al país árabe- hasta hoy, han muerto 6.500 trabajadores. Catar dice que solo han sido tres muertes relacionadas directamente con los estadios de la Copa del Mundo y una treintena en otras circunstancias. El resto de muertos no existen.
Que sí, que soy una reaccionaria que solo ve lo malo de un país donde, por ejemplo, la mujer puede conducir legalmente. Libre. A ver, que si la violan y la mujer está casada, es condenada por adulterio -el adulterio junto con la homosexualidad y las relaciones fuera del matrimonio son de los mayores pecados que existen allí-, pero puede conducir.
En Catar, esa cuna de la libertad, ese país pacífico donde se va a celebrar una competición en la que el dinero público está presente -porque los sueldos de los futbolistas y demás miembros de la delegación española los pagamos entre todos-, existe la tutela masculina. Para que nos entendamos, ellas están subordinadas a sus guardianes (así los llaman) que son sus padres, esposos, hermanos, primos, tíos... A ellos, a los guardianes, deben pedirles permiso para tomar decisiones importantes como estudiar, trabajar, etc. ¿Les suena? No hace falta recordar la Edad Media, solo nuestro propio país en una de sus etapas más oscuras.
Catar. Fútbol. Derechos humanos… Humanos. Repito: humanos.
Quizá haya quien piense que el fútbol está por encima de todo, incluso, al parecer, de los derechos humanos, pero este mundial lo que hace es retratar la hipocresía general, la falta de empatía, lo que nos gusta lavarle la cara a los demás y lo poco que nos gusta pensar.
Homosexual: humano.
Mujer: humano.
Resto de personas pertenecientes al colectivo LGTBI: humanos.
La elección de Catar fue y es un grave error. Jugar allí y hacer como si todo fuera normal, también lo es. Un error que dice muy poco de nuestra humanidad y sí mucho de nuestro egoísmo.
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