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Lo peor del problema catalán es que, en el fondo, los independentistas tienen razón. Y al hacer esta afirmación no me ciega la simpatía natural que la mayoría de ellos irradia, ni trato de corresponder a la generosidad que ellos muestran hacia España y los ... españoles. Es una cuestión de ética política, si tal concepto es posible. De ética y no de legalidad vigente.
El problema de fondo se reduce a la contradicción entre dos valores, ambos respetables hasta la sacralización, pero incompatibles. Un valor es la independencia de Cataluña, aspiración plausible y que sus adictos no tienen ni que justificar. El otro valor, de no menor cuantía, es la integridad territorial de España, que tampoco necesita justificación ni convierte a sus partidarios en 'nacionalistas'.
A partir de lo anterior, la primera premisa es que en lugares y tiempos civilizados los problemas políticos deben resolverse mediante la decisión democrática de los afectados, que somos, en este caso simultáneamente, los catalanes -independencia de Cataluña- y todos los españoles en cuanto a la integridad de España. Cual sería, pues, el ámbito de la aludida decisión democrática, no en términos de legalidad, sino de estricta ética política: Cataluña, que debe decidir acerca de su independencia, o España, estando en juego su integridad territorial. No hay una respuesta inequívoca, no hay jurisprudencia universalmente aceptada aplicable al caso, lo de Cataluña no es problema de colonialismo.
Para salir del impasse tomemos distancia, pasando del plano político a otros planos de la experiencia social y veremos que: A, las incorporaciones entre comunidades las deciden quienes acogen o reciben a otros mientras que las escisiones las deciden quienes se van o se quedan, B) Quebec y Escocia, precedentes similares aunque nunca iguales, se sustanciaron con consultas restringidas a ambos territorios. C) Se acepta sin dificultad que nadie -en este caso una comunidad política- debe ser obligado a una pertenencia que rechaza. Todo apunta, desde la ética política aplicada a la situación actual y sin otros condicionantes, a que la salida más justa para el problema catalán sería un referéndum en Cataluña. La enorme trascendencia de esa consulta es que supone, por sí misma y sea cual sea el resultado, transferir la soberanía nacional desde conjunto a las partes, desde el Estado a las comunidades, lo que requiere muy generosa voluntad política y reforma constitucional. Cómo y cuándo tal referéndum son cuestiones para otro día.
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