Atravesamos por un problema muy grave concerniente a la salud mental. Hace unos días informaba este periódico del número, nada desdeñable, de peticiones de ayuda de menores a la Fundación ANAR, debidas a la violencia que sufren y al deterioro de la salud mental por ... la que transitan.
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En primer lugar recurriré, al objeto de examinar el problema, a la teoría psicoanalítica -en cierta manera ya en desuso-, que fue iluminadora a la hora de analizar algunos desequilibrios mentales. El psicoanálisis es un «jardín de senderos que se bifurcan» (Borges), pero hay ciertas tesis de la teoría que conviene apuntar. Afirmaba el psicoanálisis que los seres humanos nos dotamos de mecanismos de defensa para evitar el miedo, la angustia, las frustraciones y, en general, los conflictos existenciales por los que atraviesa nuestra mente. Definiré la mente, para simplificar concepto tan complejo, como la representación interior del mundo exterior. Entre estos mecanismos señalaré dos: el de regresión, en el que el sujeto desarrolla conductas consideradas infantiles, cuando en su vida aparece un conflicto. Y en vez de afrontarlo busca inconscientemente protección paterno- maternal para no tener que enfrentarse a la toma de decisiones que por edad le conciernen. El sujeto se defiende ejecutando inconscientemente comportamientos pasados con los que conseguía lo que deseaba. El segundo es la fijación, que consiste en negarse a crecer psíquicamente. La fase mental por la que atraviesan les provoca angustia y entonces prefieren continuar con los comportamientos de una fase mental anterior. Es lo que siempre se consideraron personas inmaduras.
Sentado lo anterior, valga la siguiente anécdota, como esclarecedora de lo ocurrido durante este curso que termina. Tuve que enfrentarme a unos pocos alumnos que encontrándose ya al final de su paso por el Instituto ( 2º de bachillerato), tenían comportamientos plenamente infantiles: batallitas con bolas de papel, voces desaforadas, mugidos durante las clases amparándose en las mascarillas… Conductas típicas de infantes de Primaria. Después de pensar concienzudamente para buscar alguna causa a estas regresiones y fijaciones, he llegado a la conclusión de que la pandemia está dejando terribles secuelas. Entre las que podemos destacar: mutaciones cognitivas provocadas por el excesivo entorno digital, ausencia de empatía con los otros, tendencia a observar la vida como si se tratara de un espectáculo, pegados horas y horas a las pantallas que ponen entre paréntesis el rico mundo exterior, deseos de hacerse famosos como los 'youtubers' a los que admiran, incluso recurriendo a autolesiones e intentos de suicidio para llamar la atención; encerrados en su cuarto propio conectado, de lo que se deriva la ausencia de apetencia por el contacto social, etcétera.
Pero yendo más allá de las secuelas de estos dos largos años terribles de pandemia, y que han dejado las mentes de mayores y pequeños hechas fosfatina, creo que una posible causa del deterioro de la salud mental puede ser que nos hemos equivocado en lo que respecta a la educación de los menores. Una educación demasiado permisiva ha generado niños hiperactivos, frágiles, vulnerables, que no asumen reglas claras y carecen de figuras que representen la autoridad. Ya lo dijo el sociólogo Émile Durkheim en el libro 'El suicidio?: «La anomia es una falta de dirección que se corresponde con un desconcierto o inseguridad, porque los valores tradicionales han dejado de tener autoridad mientras que los nuevos carecen de fuerza y el individuo se encuentra sin un orden que los conecte con los demás». Las normas y los límites son indispensables para una buena estructuración y salud mental. La sobreprotección priva a los niños y posteriormente a los adultos de recursos psíquicos para adaptarse al duro mundo exterior y poder resistir los temores, las frustraciones y los conflictos que inexorablemente surgirán a lo largo de la vida. Una excesiva permisividad les deja sin referentes claros, desorientados, les produce inseguridad psicológica y les hace incapaces de dominar los propios impulsos y apetencias. Nadie les dice 'no' y hay que enseñarles, desde pequeños lo que está bien y lo que está mal y los límites de lo que se puede hacer y lo que no. Ahora que las cosas se han puesto feas, esta lógica educativa hace aguas y nos muestra sus graves carencias. Es posible que el aumento en las tendencias suicidas por parte de los menores se deba a la anomia en la que han sido educados y por eso utilizan los mecanismos de defensa que cité anteriormente.
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Por otra parte, cuanto mayor es el miedo, al que hemos estado sometidos durante estos dos años, más improbable es que surja una trayectoria vital proyectada y sostenida en el tiempo. Los menores necesitan seguridad y no la perciben en la sociedad ni tampoco en los adultos. Por el contrario, resulta más sencillo derrumbarse en singladuras erráticas sin otra congruencia que la vaga posibilidad de ir tirando. Hemos centrado la mirada demasiado en nosotros mismos, y la adhesión a la armonía en la que vivían de pequeños les hace alérgicos al contraargumento y al miedo a cometer errores en un escenario social que se desmorona. La presión excesiva desemboca en depresión prolongada y algunos no ven salida en el laberinto que supone afrontar la madurez y la toma de decisiones para las que no han sido preparados y como consecuencia se derrumban. Si sumamos a la pandemia vírica la mental que generan los algoritmos que permean su existencia, e instalados en el condicionamiento de que tomar decisiones siempre debe tener beneficios prácticos, porque ningún tipo de compromiso merece la pena si no atiende a nuestro propio interés para convertirlo en moneda de cambio, entonces tenemos el cóctel perfecto. Una vida sin alegría, sin proyectos, nos puede abocar a las pasiones tristes, la agresividad, la utilización de mecanismos de defensa y al hermetismo que desembocan en el trastorno mental. Debemos estar muy atentos a los menores.
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