En un oficio donde contar lo que ocurre tiene la misma importancia que la forma en que se cuenta, Marcelino Gutiérrez personificó la objetividad, elegancia y discreción que definen al buen periodista.

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Prudente hasta el extremo, rehuía cualquier protagonismo en favor de una cabecera, ... la de EL COMERCIO, que era su casa y que, como tal, se preocupaba de mantener impoluta. Cuando le tocó liderar, hizo de la educación y el saber estar su seña de identidad, al mismo tiempo que exhibió una entrega informativa siempre en beneficio de Gijón y Asturias, una ciudad y una región que tenía permanentemente en la cabeza.

Como alcaldesa, debo decir que en los momentos complicados, cuando a Gijón le tocó defender sus intereses y hacerse valer, el director de EL COMERCIO siempre estuvo ahí.

La vida ha decidido cortar de forma trágica una trayectoria que habla de periodismo, de valores y de una lealtad y un sentido de pertenencia por desgracia en desuso. Hablar de Marcelino Gutiérrez es hablar de Gijón, y lo es por méritos propios.

Sirvan estas líneas como el mayor de los pésames a su familia y a sus compañeros. Descanse en paz.

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