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Qué mal tener que escribir esto para despedirte, Carmen, bucear para encontrar esas palabras con orla fúnebre en las que es tan imposible reconocerte, como encerrar en ellas, a modo de corsé antiguo, la vida que regalaste con generosidad, la inmensa colección de momentos y ... de anécdotas, de frases afiladas, de pensamientos profundos, del humor que redime siempre.
Qué bien, sin embargo, haberte conocido, qué ganas de que esta pena deje paso a la gratitud limpia y desnuda, y poder recordarte como eras, un poco niña, un poco hechicera, con la cabeza llena de historias y los dedos urgidos de palabras luminosas y de imágenes que ensanchaban el mundo.
Qué bien todo lo que aprendí, lo que aprendimos de ti, tu irrupción en el panorama literario de principios de los ochenta cuando aún persistía la idea del escritor circunspecto y serio, sacralizado por público y crítica, y llegaste a abrir las ventanas y sacudir el polvo, con las metáforas de los jaretones de la falda y el besugo a la espalda, con la maternidad militante y sin culpa, demostrando para la sorpresa de la adolescente que quería escribir, que eso de la literatura, de las novelas era el oficio más grato y más feliz.
Qué bien, Carmen, todas las historias que vivían en tu cabeza, las que tuviste tiempo a contarnos, qué pena esas otras de las que nunca sabremos, qué suerte tu magisterio imprescindible para todas nosotras, tantas conversaciones. Como te sobraba inteligencia, dosificabas el sarcasmo y repartías la ironía. Qué privilegio tu disponibilidad absoluta cada vez que se te pedía cualquier cosa.
Qué bien saberte libre, sin ataduras y sin servidumbres, tan escéptica como entusiasta, plural y única, cómplice de olas y paseos por la playa, tan repleta de conocimientos y referencias tu cabeza como tu casa llena de objetos con cuyas historias podrían escribirse todas las novelas del mundo.
Qué bien celebrar tu vida, Carmen, celebrar que has existido, que tus libros seguirán para siempre perpetuando quién eras y cómo eras.
Qué mal, Carmen, escribir esta despedida por mucho que nos aferremos a eso del para siempre, sabiendo que a partir de ahora todos los verbos para nombrarte se conjugarán en el más imperfecto de los pretéritos.
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