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Faltaría más que yo, desde esta privilegiada atalaya, no saliese siempre en defensa de la universidad y la sanidad públicas, mis antepasados se revolverían en ... sus tumbas. Pero no lo hago solo por tradición familiar en ambos campos, sino desde el convencimiento. Considero que tanto la educación como los servicios sanitarios y sociales constituyen los auténticos pilares de nuestra sociedad. Y es más, creo que el gran patrimonio de España, además de su idioma, es la prestación de los servicios esenciales de forma gratuita. Por tanto, partiendo de estas premisas, me van a permitir también ser especialmente crítico con aquellos que cuestionan las llegadas de universidades y hospitales privados a nuestra región. Y no solo los defiendo desde el punto de vista económico y social, por la creación de puestos de trabajo de calidad e inversión que llevan aparejados, lo hago desde el convencimiento de que, además, serán positivos para espolear tanto a la Universidad de Oviedo como al Servicio de Salud del Principado. La competencia es buena si con ella se mejora el servicio y, desde luego, aumentar la oferta educativa y de salud solo ofrece ventajas a los ciudadanos, que además somos quienes con nuestros impuestos sostenemos los servicios públicos. Está demostrado que cuanto mayor sea el abanico de posibilidades que se ofrece, tanto en educación como en sanidad, mejor es la calidad que se recibe. Lo demás es liar la madeja y mezclar churras con merinas.
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