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La llegada de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del principal partido de la oposición y predestinado a ser la alternativa al Gobierno en el futuro, será sin duda un revulsivo para la vida política española que adolece de la capacidad para dar pasos importantes ... en la búsqueda de la normalidad.
La tensión que se vive en España desde hace algunos años podría comprenderse en cortos períodos electorales, pero resulta insoportable cuando se prolonga un día tras otro sin que se vislumbren soluciones compartidas que permitan el ejercicio de la democracia y las libertades que necesitamos.
Todavía es muy pronto para hacer premociones de lo que será la etapa Feijóo al frente del Partido Popular. Para empezar, no va a tener fácil hacerse con las riendas de una organización con muchas dependencia y permanente predisposición a enfrentar su convivencia interna marcada por problemas de índole diversa.
La experiencia en la Administración pública y doce años de Gobierno en Galicia sin protagonizar ni escándalos ni conflictos de bulto es una garantía que no cabe menos de reconocerle al nuevo líder del centro derecha. Hasta ahora su cautela habitual le ha frenado a la hora de lanzar planes y proyectos propia de otros recién llegados al poder.
La propuesta más interesante de cuantas se le han escuchado es la de establecer que tras las elecciones gobierne inicialmente el candidato más votado. Parece lógico, pero la formación de mayorías aparte que suele generar largas etapas de incertidumbre en medio de las negociaciones proporciona soluciones incongruentes.
Para empezar, soluciones que no responden a la voluntad de los ganadores de las elecciones y que llevan con frecuencia a coaliciones difíciles de coordinar. La proliferación de partidos que existen en España, con extremistas de derechas e izquierda o nacionalistas exigentes de imposibles, predispone a resolver la situación con gabinetes poco cohesionados o dispares.
Que el jefe del Ejecutivo sea el más votado no supone convertirle en un primer ministro omnipotente. Estará sujeto al Parlamento, a las mociones de censura, y tendrá que buscar el apoyo para sus propuestas negociando con unos y con otros, con margen para librarse de compromisos con grupos sujetos a cordones sanitarios o de los que trabajan para romper la unidad del Estado.
La experiencia del día a día que aleja la visión del futuro anticipa que no será fácil que la propuesta prospere al menos a corto plazo. No se vislumbra en el panorama político voluntad de cambios. Pero sería bueno que se tenga en cuenta, que se debata sin apasionamiento ni partidismo, sólo pensando en las ventajas que podría proporcionar.
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