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Aquel 23 de febrero de hace 40 años fue una fecha mal escogida. Mientras Francisco Umbral se burlaba en su columna del teniente coronel Tejero, que había ido al Congreso a representar 'Los cuernos de don Friolera', el esperpento de Valle Inclán, una autoridad con ... mando en plaza se lamentaba de que los asaltantes no hubieran hecho una carnicería, y en ese caso las demás fuerzas se hubieran levantado en armas. Fue entonces cuando sentí un pánico que no había sentido días antes: aquello no había sido una bufonada, sino el nuevo intento de que media España matase a la otra media. Las armas de Tejero, Milans y otros varios estaban cargadas. Solo les faltaba una orden. En la trastienda había alguna gente seria, y otra rijosa y llena de mentiras.
Las canalladas no son buenas para febrero: son más propias del verano, cuando el calor calienta los sesos. La primera guerra europea comenzó el 28 de julio de 1914; la segunda, el 1 de septiembre de 1939; la llamada Noche de los Cuchillos Largos fue el 1 de julio del 34; la Operación Barbarroja, el 22 de junio de 1940. Y del 18 de julio de 1936, ¿qué se puede decir que no se sepa? Excepto que todavía no se han cumplido los cien años que dicen que duran las guerras civiles. Faltan 15 para que se cumplan, y yo no llegaré a ver si de una maldita vez se apagan los últimos rescoldos.
Hubo otra canallada de verano de la que se cumplió el 35 aniversario el 10 de julio del pasado año. Los medios de comunicación no se ocuparon de tal efeméride, que yo recuerde. Seguramente porque este rayo que no cesa llamado covid-19 se nos ha metido en todos los intersticios. Ese día uno de los personajes más perversos y carente de escrúpulos de la política ordenó hundir un barco pacífico llamado 'Rainbow warrior'. Dicho sujeto había sido colaborador de los nazis, y cuando el viento sopló de otro lado se hizo miembro de la Resistencia. Acostumbrado a mirar para otro lado cuando los etarras se paseaban por su país, no tuvo ese 'feeling' con el jefe de estado del otro lado de los Pirineos en esa condición que los unía: de ser los dos a cual más rijoso. Solo que el habitante del Elíseo viajaba en el Falcon con la esposa, y vivía a ojos vista con la querida. Nada más le faltaba que para entrar y salir de la casa de ambas le formaran la guardia y tocaran la Marsellesa. Mitterrand tiene a su favor haber desaparecido. Mientras que el otro, su vecino, sigue dando guerra y dejando una sombra muy alargada.
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