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Determinar a estas alturas quien gana en la competición creada estos últimos años en torno a la corrupción es tarea casi imposible. Todos los días conocemos nuevos casos, muchos bochornosamente en el ámbito de la política. Suelen ser los más escandalosos porque implican a personajes ... corruptos que manejan nuestra suerte colectiva. Pero también hay que decir que la corrupción, al llevarse de alguna de diferentes formas el dinero de todos, no es patrimonio exclusivo de los políticos.
Los políticos, que por fortuna hay que decir también que no todos son corruptos, tampoco son los únicos sinvergüenzas que monopolizan el ejercicio de la corrupción. De hecho en los tiempos que corren son pocas las actividades desempeñadas por personas de carne y hueso que no se aprovechen de las oportunidades delictivas y penales, de apropiarse de algo que se acoja a la condición de lo público. A veces también hay personas ingenuas, pocas, que no asumen que la corrupción esté generalizada.
Y la duda es lógica. Pasando la lista de las actividades públicas cuya condición excluye de partida la corrupción es el deporte, el modelo de la mente clara en el cuerpo sano, el que ejemplariza el comportamiento bajo la bonita idea de la deportividad que implica saber ganar y saber perder. Lo que ocurre es que eso era antes, quizás -vaya usted a saber- en las viejas y mitificadas olimpiadas griegas Las nuevas, desde luego, no son lo mismo: ahí están los escándalos millonarios del último campeonato mundial de fútbol. Qatar, país al que la naturaleza dotó con sobrados recursos naturales para convertirlos en dinero corruptor, se ha garantizado el premio internacional a la corrupción en el deporte, concretamente en el fútbol. No se trata de un trofeo fácil, hay muchos aspirantes entre los clubs más ricos, los intermediarios más mafiosos, los entrenadores y hasta entre los jugadores que confunden meter goles con hacer ingresos en las cuentas corrientes. Y todo sin olvidarse de los árbitros.
Por supuesto que no se puede generalizar. La actividad financiera en torno al fútbol es próspera y cuenta con el escudo protector de los chanchullos que la pasión desbordada de los aficionados, que no entiende de ética, de honradez, de moral ni deportividad asume sin reparos. Estos días el escándalo lo protagoniza el Barcelona, el club que dicen que es más que un club, y por lo que se deduce no sólo en la política. Acaba de descubrirse, porque estas cosas lo que tienen de bueno es que suelen acabar por saberse, que hizo pagos por un millón cuatrocientos mil euros al vicepresidente de la asociación de árbitros de fútbol, un tal Enriquez Negreira. Habría que saber, para evitar tan malos pensamientos como la noticia despierta, a título de qué se hicieron esos pagos con el dinero, se supone que de los aficionados, y con los objetivos que tanto les cuesta imaginar a los más ingenuos.
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