Camino por recorrer
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ANÁLISIS ·
Es oportuno pensar en qué potenciar la imagen de Oviedo para ser objeto de un respeto admirativo por nuestra historia y culturaLógicamente, he alabado no pocas veces las iniciativas encaminadas al reconocimiento de Oviedo como inicio de un camino que, también lo he dicho, debería llamarse justamente original, más que primitivo, por muy diversas consideraciones. Pero, a los efectos de este comentario, es lo de menos. ... En las líneas que siguen, me referiré a la posible atracción que la ciudad y su concejo pueden o deberían suscitar en los foráneos de todo lugar y condición.
Ahora que parece, pese a las rémoras burocráticas de las que di cuenta la pasada semana, que las puertas de Europa, para ir y venir, están abiertas, merced a una excelente gestión sanitaria y el sacrificio de la inmensa mayoría de la población, parece oportuno pensar, con realismo y justificación, en qué potenciar la imagen de Oviedo para generar no ya un flujo disparatado de visitantes, que haría de una urbe grata una suerte de laberinto colapsado, sino para ser objeto de un respeto admirativo por nuestra historia, cultura y tradiciones. El clima vamos a dejarlo aparte, aunque, en comparación con el de tantos lugares, también es el paraíso.
Observo, y no es nuevo, pero lo he ratificado hace unos días, que el conocimiento de Oviedo en el extranjero es limitado fuera de los ámbitos culturales. En los circuitos turísticos clásicos -ya no hablo del tópico de sol y toros- la capital asturiana y toda nuestra comunidad están en un segundo o tercer plano. Como digo, fuera del ámbito universitario, literario o museístico, pocas veces los interlocutores que me han preguntado de dónde venía, han sabido identificar mi procedencia. Y creo que esto es importante tenerlo en cuenta, con humildad y sin caer en orgullos infundados ni fanfarronerías.
Los Premios, ahora llamados Princesa de Asturias, fueron una idea digna de la mayor admiración y un regalo al nombre de la ciudad y al de los dignísimos equipamientos que los acogen. En ese sentido, el peso cultural de Oviedo se ha extendido y hecho reconocible en toda España, aunque sea en fechas aisladas. Y también, lógicamente, en los campos supranacionales de aquellos sectores sobre los que recae un galardón. Es, a otro nivel, lo que ocurre con nuestra ópera, recientemente galardonada por este diario. Doy fe, porque tengo la fortuna de conocer a profesionales y aficionados al bel canto de distintos países, que la temporada ovetense no pasa desapercibida a nadie. Y bien podría extenderlo a otros ámbitos musicales.
La Universidad, que sigue llevando el nombre de Oviedo, también es un polo de atracción. Más de alumnos que de docentes e investigadores, aunque ya existan proyectos europeos y cooperación entre distintas instituciones de enseñanza superior. Pero seguimos estando en el mismo plano cultural y, por ello, selectivo. Y si fragua, como parece, nuestra plena incorporación a la Vía Carlomagno, apenas nos saldremos de esos esquemas, aunque, como el Camino Primitivo, cuente con numerosos visitantes del exterior.
No olvido la potenciación gastronómica, ni los pecados de lustros, algunos visibles y pisables. Pero Oviedo, como toda la región, cuenta con inmensas riquezas geográficas, empezando por las hidrológicas; con una historia sin parangón, del viejo Reino a la fenecida -de momento- cultura del carbón. Con bellezas incomparables a poca distancia del centro de la ciudad. Pero, justamente, ese centro, ese barrio antiguo, que tanto ha sufrido las calamidades históricas y la desidia urbanística es el que debe propiciar el salto cualitativo a la ciudad. Y no me refiero ya al reconocimiento de la Unesco. Toda inversión, pública o privada, es poca en comparación con los réditos que pueden obtenerse de una buena rehabilitación de conjunto, que dé vida y negocio plural a lo que son nuestros orígenes como asentamiento. Quizá ese día, Oviedo no sólo fascine a quienes disfrutan de la cultura citada o de unos maravillosos museos que, por cierto, todavía hay nativos que no los han visitado.
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