Muchos piensan que el embrujo de las palabras solo es superado por el hechizo de las siglas. Últimamente me han sorprendido dos: la LOITA (Ley de Ordenación Integral del Territorio de Asturias) y el AMCA (Área Metropolitana Central de Asturias). Reconozco que es difícil acertar ... con una marca inspiradora. A la primera en puridad le sobra una 'I', pues la Ordenación del Territorio es, por principio, integral. Quizás el autor haya preferido pecar de redundante antes que de malsonante. Riesgo que se corre al inventar nuevas siglas para viejas realidades, pues con la reiteración se retuerce el catálogo, en el caso de la segunda por detrás.
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Son cuestiones nominales. Del fondo poco se puede decir, pues la LOITA se anuncia oculta tras un borrador de anteproyecto. Mientras se levanta el velo, la prensa especula sobre su contenido, que parece abarcar cuestiones de calado estratégico, como la ordenación física del país, y otras operativas, sobre el régimen del suelo, motivadas por el descrédito del planeamiento municipal, convertido en un laberinto normativo en el que se pierden los planes municipales, ya sea por defectos formales, por fallos en la tramitación... La terapia recomendada es la poda normativa, para no bloquear la vida cotidiana; que, sin embargo, necesita regulaciones para suplir las reacciones de un sistema amenazado por el virus de la contracción, cuyo antídoto es la creatividad, la sencillez, la sensibilidad, y los buenos proyectos, imprescindibles para ensanchar un campo de juego que está menguando. Es muy conveniente acoplar la visión a la realidad. Resulta erróneo, empobrecedor y simplista resumir Asturias en dos alas y un 'core' central. Asturias no es una páxara pinta, sino una curiosa libélula de muchas alitas, que experimentan a su modo tres dinámicas: la metropolitanización, la litoralización, y la desvitalización interior. Reconocer cómo afectan a cada unidad y ayudar con principios generales será básico. Uno de ellos es el de la cooperación, con los promotores privados y entre las políticas públicas. La comarcalización adquiere sentido si favorece la cooperación entre iguales, pero no si trata de imponer una retícula para la prestación de los servicios públicos autonómicos, que es otra cosa.
Las 'comarcas' que han funcionado en Asturias han sido la metropolitana de 1960-70, y las de desarrollo rural de los noventa. Funcionaron porque había interés en sacar provecho de la unión, pues los socios obtenían recursos para sus proyectos; tenían un método de acción racional desde los cimientos; cumplían requisitos impuestos por instancias superiores; daban resultados tangibles y heredaban una larga experiencia de desarrollo local, primero con los servicios de Extensión Agraria, que proporcionaron planteles, y después con la implicación de la Universidad de Oviedo en la formación de cuadros que profesionalizaron la intervención territorial en Asturias. País donde no hay monotonía esteparia sino la variedad de una huerta intensamente cultivada, producto de un sistema tradicional que evoluciona adaptado a la geografía. Para un país tan pequeño y montañoso el juego es sutil. Se practica desde 18 villas, de entre 1.500 y 8.000 habitantes; a las que se unen 34 de hasta 1.500 habitantes; y un grupo de otras 47, entre las que se encuentran las capitales de los pequeños concejos. Con todas se completa la variada panoplia de asentamientos extra-metropolitanos. En el escalón básico del poblamiento aparecen cerca de ocho mil núcleos. Ni todos son aldeas, ni tienen igual grado de alteración. Desde ellos se colonizaron todos los rincones del arrugado territorio y así se hizo la identidad país. La mayor parte de las imágenes icónicas del 'paraíso natural' asturiano son el resultado de esta ocupación cultural. El paisaje no es el producto de una emoción estética. Es la expresión visible del orden establecido por una comunidad humana en diálogo con la naturaleza, para sobrevivir como tal. Encontrar actividad industriosa compatible sigue siendo el objetivo, y el medio consiste en obtener ventajas a partir de las capacidades locales, generando una economía de la identidad.
Si el Poder Local (Polo) pasó a ser Ale (Administración Local Enrevesada), La LOITA podría ser una oportunidad para corregir esta y otras derivas. Por ejemplo, podría actualizar el mantra 'reequilibrio territorial' frente al 'conservación de la alta montaña', reino ambiguo e impreciso de la flora y fauna salvaje, que ignora las repúblicas culturales que se desmantelan y embastecen, a pesar de que desde ellas se consiguió domesticar la montaña para obtener alimentos de ACA (Alta Calidad Alimentaria). Si el objetivo es tradicional, quizás el método también deba serlo. Se me ocurre que las aldeas deberían ser gobernadas por regidores designados a calle hita, esto es, siguiendo la numeración de las caleyas, como antes se hacía en ellas y hoy en las comunidades de propietarios.
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