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Un vistazo a las noticias asusta; una intensa mirada y un reflexivo análisis de lo que ocurre condena sin remedio al pesimismo más insuperable. Todo está mal, da igual donde miremos. Polarización en lo que debió ser dialéctica y argumentación inteligente. Cambio climático asesino. Guerras, ... destrucción, desigualdad galopante, inflación, precios imposibles, energía cada vez más inaccesible. Todo mal.
Y sin embargo, contra todo pronóstico el mundo sigue girando aunque lo más lógico sería que todo se rompiera en pedazos. Ni siquiera nos preguntamos dónde está el secreto para que la vida siga manteniendo sus inercias, cuando todo parece ser abismo. Y no estaría mal prestar un poco menos de atención al tremendismo, a la amenaza de un futuro apocalíptico, a los dimes y diretes de quienes manejan los hilos de la realidad, a los escándalos, a los políticos a la greña, a la imposibilidad de los consensos. Y una vez que nuestra cabeza no esté ocupada con los temores por el futuro, la decepción, el cabreo sistemático, nos quedará hueco para lo que no se ve. Para lo que nos salva.
Porque, al final, al margen de las noticias grandes, la omnipresencia de lo que duele y de lo que asusta, de lo que nos ocupa conversaciones y nos obliga aunque no queramos a pensar en el desastre de mundo que tenemos, solo con que cambiáramos el foco y miráramos en otra dirección, la que no nos mostrarán quienes manejan todo este tinglado, veríamos que el mundo sigue girando y las cosas siguen funcionando, no gracias a las decisiones políticas, a los acuerdos o los enfrentamientos, aunque también. Sigue girando sobre todo porque la gente pequeña, la buena gente, se encarga de engrasar silenciosamente el mecanismo. Y la vida sigue porque hay científicos quemándose las pestañas en condiciones vergonzosas, para conseguir hacer el camino más fácil, y hay repartidores de paquetería que, con el pelo empapado por la lluvia, te sonríen cuando te entregan un paquete, porque hay personas que terminan su jornada laboral y aunque han tenido que aguantar las imbecilidades de jefes y compañeros, encuentran tiempo, fuerzas y ganas para dedicar unas horas a los demás como voluntarios, porque hay un operario que cruza una provincia en un día festivo para arreglarte la caldera porque sabe que son los días más fríos, porque hay sanitarios que te tratan con un cariño que no está incluido en el sueldo, porque hay gente que, inexplicablemente, llega puntual a sus citas, y otros que incluso ceden el asiento en el autobús a una persona mayor, porque hay niños aprendiendo acerca de diversidad y cuidado del medio ambiente gracias a padres y a maestros que se empeñan en seguir sembrando esperanza. Porque hay libreros que te hablan con entusiasmo de sus lecturas, y gente que hace su tarea con mimo, y abuelos que madrugan los sábados para llevar a los nietos al entrenamiento, después de madrugar toda la semana para llevarlos al colegio, porque hay conductores de autobús que esperan unos segundos para arrancar porque te ven llegar corriendo, y tantos otros que, de forma imperceptible, sin pancartas y sin telediarios, como duendes diminutos le dan cuerda al mecanismo que mueve el mundo.
La buena gente que siempre se queda a la sombra de los titulares de lo importante. La buena gente que en silencio nos sostiene y nos salva.
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