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Sigue nuestro país padeciendo esa vorágine de surrealismo político en el que lleva inmerso desde hace algún tiempo. Nadie pensaba que asistiríamos a tal esperpéntico procedimiento de degradación institucional, quebranto constitucional y putrefacción partitocrática. Al menos no se esperaba que se acelerase de tal manera. ... Leer diariamente la prensa se ha convertido en una verdadera afición de riesgo, apta exclusivamente para aquellos que gocen de una buena salud cardiovascular.
La votación y aprobación de los decretos propuestos por el Gobierno, salvo el patrocinado por Yolanda Díaz, constituye un episodio más de esta tragicomedia en la que se ha convertido la política española. Es doloroso ver cómo se mercadea, sin rubor y con un estilo propio del zoco de Fez, con servicios públicos y derechos fundamentales. La sesión de investidura fue un mero aperitivo prenavideño de la triste cesión al chantaje de una minoría que no respeta los cauces procedimentales de nuestro sistema.
El argumentario oficialista dirá que el parlamentarismo y la geometría variable tienen estas cosas. Que esto es la riqueza de la democracia y que todo se hace para salvaguardar la convivencia, el bien común. Parece que la mayoría de nuestros gobernantes se encuentran seriamente afectados por el síndrome de Münchhausen, es decir, se creen sus propias mentiras. Eso o piensan simplemente que los votantes pertenecemos al género ovino.
Jamás Maquiavelo había tenido unos discípulos tan fieles a sus planteamientos. Resulta grosero ese empecinamiento en edulcorar la verdad. Se ha pactado -y lo seguirán haciendo- con quienes cometieron juzgadas, condenadas, indultadas y ahora amnistiadas infracciones, con la única finalidad de continuar en el poder. Lo despreciable no es llegar a acuerdos con nacionalistas, secesionistas o comunistas, sino urdirlo con un fin espurio o bajo la extorsión de quienes no han respetado la ley o no han condenado la violencia. Legalidad, legitimidad y moralidad no son, desgraciadamente, sinónimos.
El daño está llegando a límites inaceptables. Toda prebenda a Cataluña no hace más que acrecentar la desigualdad entre territorios, algo que los asturianos ya sufrimos bastante. El mensaje que se da es pavoroso, casi esquizofrénico: se premia a quien burla el orden constitucional y la legalidad vigente. Es como si, mutatis mutandis, regalásemos, sin reproche penal alguno, la vivienda al okupa que ha entrado en nuestra casa por la fuerza.
Es imposible, y aquí radica el quid de la cuestión, que alguien en el grupo parlamentario socialista se aparte de la disciplina de voto. La auténtica socialdemocracia no puede comprar lo que está sucediendo, simple y llanamente porque va en contra de su historia y de sus esencias. Jueces, fiscales, abogados, profesores universitarios, miembros de la sociedad civil... Muchos son quiénes han alzado la voz, credo político aparte, para intentar parar este atropello.
Llama la atención que, al margen de cuatro contadas voces discordantes, internamente no hayan reparado en el desmantelamiento ideológico que se está produciendo en la izquierda. No son conscientes -o quizás sí, pero pecan de indolencia- de la desconfianza que están generando en quienes siempre les han apoyado. Si se sigue por esta senda, se convertirán en una opción minoritaria, sin autoridad y rehén de extremismos nada aconsejables.
Muy poco queda de aquel partido de gobierno, con sesudos intelectuales y abiertamente constitucionalista que gobernó España durante largos años y obtuvo varias mayorías absolutas con Felipe González y Alfonso Guerra al frente. Ambos han sido criticados por expresarse libre y disidentemente. Es tan bochornoso como injusto. Cuando algún advenedizo, hoy autoproclamado progresista, no había nacido, estos estaban ya luchando por la democracia en la clandestinidad.
No está claro lo que piensan sus votantes, pero deben saber que flaco favor hacen a esas siglas si siguen guardando un silencio tan cómplice o persisten en el sentido de su voto por inercia. Rosa y puño o espina. Socialismo de bien o sanchismo. Sólo puede quedar uno.
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