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Dicen que el Rey Midas todo lo que tocaba lo convertía en oro, pero si fuese ahora, habría que decir que el afortunado monarca lo convertiría en Bitcoins, porque la criptomoneda bate un récord tras otro. Desde sus inicios en 2009, cuando cotizaba a dos ... dólares hasta los 24.000 dólares actuales la subida ha sido absolutamente vertiginosa, aunque por el camino ha tenido una gran volatilidad y ha dado muchos sustos a más de un inversor. Aunque dice el refrán que 'solo el necio confunde valor y precio', la realidad es que los mercados, a través del mecanismo de los precios, suelen ofrecer la mejor valoración posible de un bien.
El ascenso meteórico del Bitcoin puede resultar sorprendente, ya que no tiene valor en sí mismo, y sólo tiene el valor derivado de la palabra mágica: 'Confianza'. Pero esa es la clave con el Bitcoin y también con el euro, el dólar y el yen, porque ya no se garantiza su convertibilidad en oro. Incluso este metal, a su vez, también tiene un valor que, excepto el derivado de sus aplicaciones industriales, depende de la confianza que existe en que otros inversores lo aceptarán como valor refugio o medio de pago en el futuro. Ese mismo fenómeno también sucede con el precio de una obra de arte y cuando alguien paga una fortuna por una pintura de Gauguin, mi pintor favorito, está pagando sobre todo la expectativa de que en el futuro no tendrá problemas para encontrar un comprador y que el precio, presumiblemente, seguirá subiendo. O sea, liquidez y rentabilidad. Y al igual que las obras de arte son escasas, porque Gauguin ya no va a pintar más cuadros, el creador o creadores del bitcoin 'garantizan' que su número será limitado.
Pero la principal razón por la cual se ha producido el ascenso meteórico en el precio del Bitcoin es que no estamos ante un juego de suma cero. En el apasionante campo denominado 'Teoría de Juegos', que cuenta con iconos como el matemático y economista norteamericano John Nash, laureado con el Premio Nobel de Economía de 1994, se dice que una situación es de 'juego de suma cero' cuando lo que uno gana ha de perderlo otro necesariamente. Un ejemplo típico sería una partida de póker, donde lo que ganan unos jugadores lo pierden otros y al final el dinero que hay en la mesa siempre es el mismo. Pero, en el Bitcoin no es así y en las burbujas tampoco ya que mientras haya demanda suficiente y el precio suba, no pierde nadie, ya que cada vez hay más dinero en el juego o en la mesa, con lo cual una persona gana sin necesidad de que otro pierda.
Lo que está claro es que el Bitcoin y las otras 5.000 criptomonedas existentes no han surgido como un cisne negro de esos a los que se refiere el economista libanés Nassim Taleb para referirse a un suceso improbable pero posible que cambia de repente nuestras vidas, sino que han surgido y tienen auge por varias razones. La primera es el descrédito de dólares, yenes y euros ya que la profunda crisis económica se está combatiendo con políticas monetarias expansivas, imprimiendo más y más dinero, con lo cual resta credibilidad a los billetes en circulación como apuesta de futuro ante el temor de que puedan acabar siendo como billetes del juego del Monopoly. Ese motivo hace que se busquen inversiones refugio como el oro, las obras de arte o las criptomonedas. La segunda razón es que, actualmente, no hay alternativas para un inversionista o ahorrador ya que ni las bolsas, ni la renta fija, ni los plazos fijos, ni los inmuebles ofrecen rentabilidad atractiva o seguridad. Ante ese caldo de cultivo ha crecido el Bitcoin y también otras opciones como Ethereum, Ripple XRP, Litecoin, Neo o Iota.
Los detractores de las criptomonedas exponen argumentos como su opacidad, su falta de respaldo por gobiernos, el hecho de que a diferencia de las acciones no dan dividendos y que se podría estar formando una burbuja de un tamaño colosal, la cual acabaría explotando con muchos damnificados. Ante un escenario tan nuevo como el actual y dada la falta de regulación nacional e internacional que tienen estas nuevas divisas emergentes, surge la picaresca y algunos se «hacen de oro», o mejor dicho, de bitcoins, aprovechándose de la ingenuidad ajena. Cuando la fiebre de los buscadores del oro en Estados Unidos había muchos incautos que dejaban sus vidas en condiciones infrahumanas, cavando con su pala con la esperanza de encontrar el filón que cambiase sus vidas. Por eso, en aquellos años se acuñó la frase de 'Para qué cavar minas, si puedes vender palas a los que buscan el oro'. Algo así podría estar sucediendo ahora con el Bitcoin y las argucias de muchas empresas e intermediarios de comportamiento no muy transparente.
Ante la competencia surgida por las criptomonedas, países como Alemania, España, Francia, Holanda o Italia piden a la UE que se blinde ante este fenómeno, exigiendo que estén respaldadas por depósitos bancarios tradicionales, pero todo parece un intento vano, porque no parece que estemos ante una flor de un día, sino ante un cambio profundo en la concepción del dinero. La aceptación progresiva de las criptomonedas es ya un hecho e, incluso, Visa va a lanzar una tarjeta que bonifica las compras que se realicen en Bitcoins, y entidades del prestigio de JPMorgan le dedican estudios y análisis. El Fondo de Inversión Grayscale Bitcoin Trust pasó de gestionar 2.000 millones de dólares hace un año a los 13.000 actuales. Es una señal clara de las preferencias de los ahorradores. Hasta Elon Musk, dueño de Tesla y ya hombre más rico del mundo por delante de Jeff Bezos, se planteó pasar una parte de los activos financieros de su empresa a Bitcoins u otra criptomoneda.
Lo que resulta curioso es que no se sepa quién está detrás del Bitcoin, ya que a su presunto creador Satoshi Nakamoto nadie lo ha visto ni se sabe si existe. Incluso hay quien piensa que detrás de todo esto podría estar el gobierno chino en una maniobra sutil para dar el golpe de gracia al trío 'dólar-euro-yen', desplazando a alternativas tradicionales, como el oro.
Los complejos caminos que dan lugar a subidas explosivas como las que ha tenido el Bitcoin, las explica admirablemente el genio norteamericano Robert Shiller, Premio Nobel de Economía de 2013, en su obra didáctica y amena titulada 'La exuberancia irracional'. Shiller sostiene que la conducta humana se apoya en una inestable mesa de tres patas. Las tres patas se llaman codicia, incertidumbre e información asimétrica. Esa mesa que está en pie, pero que no tiene equilibrio, es como la vida misma, apasionante e incierta, pero esas son las reglas de juego con las que hay que jugar la partida de la vida. Acertar la quiniela el lunes es fácil, el problema es que los pronósticos hay que hacerlos el viernes.
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