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La mayoría de personas forjan su camino a medida que transitan por la vida, pero algunas pocas nacen abrazadas a su destino. Dicen que Picasso nació pintor y no podía haber sido otra cosa que uno de los grandes de la historia. No podemos considerar ... a Marcelino Gutiérrez un artista en sentido estricto porque lo suyo no era una de las bellas artes, sino el periodismo, un oficio mundano pero imprescindible para sostener la dignidad del ser humano. En cambio, sí debemos equiparar a ambos en algo: nacieron para ser los mejores en lo suyo. Vinieron al mundo con un don especial, lo asumieron desde pequeños y lo convirtieron en el sentido de su vida.
Si en vez de creer que su vida profesional debía estar ligada a Asturias, que debía conocerla a fondo, tanto como la amaba, desde todos los rincones y desde todos los puestos de su oficio, hubiera creído que debía haber sido corresponsal de guerra, lo habría hecho con la misma determinación. No habría descansado ni la ínfima parte de lo razonable, ni atendido los consejos de familiares, compañeros o jefes alertándole del peligro de las minas o del fuego cruzado. En el mejor de los casos, se habría llevado el casco y el chaleco antibalas para que nadie le riñera. Después, quién sabe. Lo importante para él hubiera sido llegar al rincón más cercano a la noticia, pasase lo que pasase. He conocido muchos periodistas en más de treinta años de profesión y muy pocos fabricados con esa pasta.
La épica de la profesión ensalza a los que murieron en los rincones más remotos por contar la noticia, pero se puede morir con las botas puestas en la propia casa, desde la humildad más absoluta, haciendo durante años lo más difícil: que la rueda informativa no pare, que a los compañeros no les falte rumbo ni aliento. Y así se ha ido Marcelino. Consciente de lo que le podía pasar, abrazado a su destino, sin quejarse, haciendo lo que más le gustaba en la vida hasta el último aliento. Supongo que le costó mucho llamar al 112 para decir que le estaba pasando algo muy grave. No le gustaba molestar. Seguro que les abrió la puerta para que no tuvieran que derribarla y tampoco dio mucho trabajo a los sanitarios porque ya era demasiado tarde.
Se puede admirar y querer a un persona, a un amigo, con toda el alma y desear darle un buen pescozón o dos cuando ya no está aquí, cuando va quién sabe dónde, a su próxima redacción, a esa que llegará sin hacerse notar y terminará cambiándola de arriba abajo. El domingo me dije por lo bajo, Marce, cabronazo, esto no se hace. No nos dejes aquí sin ti. Aquí haces mucha falta, en casa y en el oficio. Solo me reconcilie con él horas más tarde cuando entendí que se iba con toda la coherencia del mundo, haciendo lo que más le gustaba en la vida, poniendo el periodismo por encima de todo, hasta lo que para nosotros, las personas normales, es lo humanamente más importante.
Cuando le conocí era demasiado joven para ser jefe y lo fue, superando todas las expectativas. Cuando le propusimos ser director era demasiado joven y en su funeral de ayer bien a las claras quedó cómo se había ganado el respeto de toda la sociedad asturiana. Y así ha seguido. Se nos ha ido demasiado joven, exprimiendo cada minuto antes del cierre del periódico, sin molestar a nadie, haciendo aquello para lo que había nacido, pasase lo que pasase, por encima de todas las cosas.
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