Masterchef y Top Chef, entre otros concursos de cocina televisivos, han fomentado la idea (pobre idea) de que la crítica gastronómica es simplemente ofrecer un juicio sobre un plato. «Me gusta /No me gusta /Le falta sal /Está crudo», y eso cuando los jueces quieren ... ser benévolos… Cuando de lo que tratan es de subir la emoción entre la audiencia, se pasa del juicio al derribo: «Esto es una mierda». En los blogs gastronómicos que crecen y se multiplican, sin embargo nos encontramos habitualmente con lo contrario. Halagos y más halagos a platos, restaurantes y cocineros. ¿No sería mejor que aportaran algo nuevo, ya que se trata de una crítica? Es que en la crítica gastronómica ni todos son halagos ni todo es derribo. Además, ésta es mucho más que la mera emisión de juicios. La que es de calidad se diferencia porque aporta al lector aparte sobre un restaurante, información sobre un cocinero, un tipo de ingrediente, una tendencia en la alimentación, un plato, una contextualización o una interpretación. Y, sobre todo, una valoración global que ofrezca al lector una visión amplia e interesante no sólo del restaurante o del cocinero del que se habla, sino también del momento gastronómico y social en el que se vive.
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La buena crítica gastronómica contemporánea, trasciende al restaurante para llegar a la médula del hecho cultural y social que representa la comida. Es habitual escuchar a muchas personas, que estrenan su blog gastronómico o su espacio de crítica, que lo hacen porque les gusta comer. Desde luego es fundamental que así sea, pero además de comer también se agradece el gusto por saber. Por alimentar el conocimiento. Para ello, una de las principales opciones es la formación autodidacta, con entrenamiento constante de nuestros sentidos–el tener un paladar privilegiado nos da ventaja– en la que muchos nos hemos forjado, leyendo, probando, escribiendo, viajando, viendo y pensando. Pero para quienes prefieran no empezar desde cero, qué mejor que acercarse a la experiencia de quienes ejercen a través de un modelo de formación y conocimientos, mediante el que críticos y observadores gastronómicos comparten desinteresadamente lo que han aprendido. De forma abierta, sin secretos, sin ingredientes ocultos en las recetas. Al igual que vienen haciéndolo ya los grandes cocineros. Cuanto más saben, menos esconden.
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