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La belleza es la solución. Para gozar de la vida en general. Y para superar el ciclo de contracción que sufren muchos lugares, que ven cómo su población mengua en cantidad y en capacidad. Es la desvitalización social. Con ella avanza la descapitalización física, el ... descuido en lo que se ve. Cuando ambas convergen sobre una población debes ponerte en lo peor. El virus empezó atacando las aldeas y ha llegado a la ciudad. En algunas alcanza proporciones alarmantes. Por ejemplo, en Mieres, un auténtico laboratorio geográfico para Europa. Lo que no debería extrañar, pues fue una ciudad que siempre estuvo en la vanguardia. Anticipó procesos, que luego otras recorrieron. El de ahora no apunta hacia arriba sino abajo. Es grave. En sí mismo. Y porque está marcando la tendencia que seguirán otras. Por eso conviene a todos atajarlo.
¿Y eso cómo se hace, si la capacidad vegetativa interna es escasa? No hay muchas opciones. Una es ampliar sus capacidades urbanas para hacerla atractiva. Hubo un tiempo en que la atracción la ejercía industria. Cuando dejó de arrastrar, el Estado intentó ayudar para que la ciudad volviera a ser la que fue. Esas políticas se conocieron como reactivación, dinamización, de incentivos… No fue suficiente. Entre otras cosas porque el distrito industrial había dado paso a una ciudad metropolitana, y uno podía trabajar en un lugar y vivir en otro más apetecible para sus gustos. Y, además, la naturaleza del trabajo había cambiado, había una nueva economía, muy diferente a la vinculada al trabajo físico anterior. Ese que acumulaba mano de obra en las cercanías de las unidades de explotación, donde la vivienda se levantaba como refugio barato en un ambiente muy determinado por la geografía y la política industrial. Juntas cronificaron durante el siglo XX el déficit de vivienda en Asturias, que se atendió de una manera estandarizada, con barracones, cuarteles, colominas… En su día fue una solución y una suerte para las familias a las que les tocaba una. Hoy, setenta años después, siguen uniformando el paisaje urbano de ciudades que aún sin minas, con ellas siguen siendo mineras, y a las que identifican con una apariencia monótona, de otro tiempo. Si a ello se une que a su lado existen viviendas de autoconstrucción en enclaves degradados, en los que hoy no se consentiría la edificación, y aún le sumamos la ruina industrial, que no consigue convertirse en patrimonio, el resultado da un parque inmobiliario antiguo y deteriorado, y un paisaje urbano poco atractivo, que no consigue armonizarse con la geografía de los estrechos valles, que tienden a hacer unas originales e incompletas ciudades lineales.
En las que es oportuno acabar con las ruinas urbanas, pues no solo deterioran sino que acogen a poblaciones marginales, que así aun se hacen más; a la vez que disuaden a otros potenciales residentes. Es conveniente remocicar las colominas, embelleciéndolas. Intentos hubo en el primer tercio del XX, como los propiciados por los regeneracionistas o la Bauhaus, que trataron de llevar la belleza, el higienismo y el cuidado por el paisaje a las viviendas y poblados obreros. La belleza no es un prejuicio burgués, como antes no lo fue de la sensibilidad aristocrática. Es una prensión clásica en la Humanidad para condensar lo bueno en una forma deseable. La belleza se cultiva. Ahora existe una oportunidad para ello. Está en la regeneración urbana integrada. Embellecer el espacio público dignifica la ciudad y la hace más segura. Dar color a sus fachadas alegra a los vecinos. Mejorar la eficiencia energética de la edificación ahorra. Su rehabilitación da empleo. Racionalizar la movilidad y los procesos del metabolismo urbano, que no se ven, crea una infraestructura verde que armoniza la ciudad con su ambiente geográfico, y hace que resista mejor la contracción del tiempo de transición que ahora le toca vivir.
Esa necesidad requiere de buenos proyectos más que de la espontaneidad de la moda. Hay ejemplos a imitar. Algunos están lejos. Berlín encapsuló las grises y monótonas edificaciones de su sector este con colores que dieron brillo a sus barrios cenicientos. Y otros cerca. Y hubo facultativos que hicieron de la búsqueda de la belleza en la edificación su referencia profesional, como el recientemente fallecido D. Nicolas Arganza. Y la encontró. Quizá porque su obra y su vida perseguían lo mismo: la armonía en la cotidianeidad.
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