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E Es el título de una canción de la gran blues-singer Janis Joplin. Nos dejó el 4 de octubre de 1970. Acabo de leer dos libros luminosos relacionados con la música. El homenaje que Holly George-Warren le ha brindado a la cantante, en ... el libro 'Janis Joplin' y el publicado recientemente por mi compañero del departamento de Filosofía, Pablo Huerga Melcón, 'Welcome to the machine. Máquina y ruido', de obligada lectura para los amantes del rock en estas Navidades. Las páginas de ambos me hicieron recordar que no quería que pasase el maldito año de la celebración del cincuenta aniversario de la muerte de Janis Joplin sin sumarme a un merecido homenaje y también lo haré a la música rock que me ha suscitado el libro de Pablo.
Corrían otros tiempos y otra música en los ya lejanos años sesenta y setenta. El mágico círculo de los doce compases del blues se resiste a cualquier intento de definición, aunque puede valer lo que dijo Mahalia Jackson: «Quien canta blues está sentado en una profunda cueva y pide auxilio». La Joplin, con su «voz ronca y poderosa», vertía en el micrófono la pasión y la intensidad del sentimiento, entreverado por un desorden existencial de una tempestuosa vida marcada por las drogas. Éstas siempre permitieron una alteración del punto focal en el que se constituye la existencia. Por eso se entendieron como experiencia de salvación y liberación. Disolución entre lo objetivo y lo subjetivo. Posibilitando una relación intensiva, por la que la realidad deja de ser la sofocante red de relaciones a las que estamos condenados. Decía Janis Joplin: «Cuando estoy en el escenario hago el amor con veinticinco mil personas, cuando vuelvo a casa estoy sola». Las drogas propician la multiplicidad que nos habita. Bajo sus efectos crecen las líneas de discontinuidad y de fuga y se diversifican de tal modo que nos impiden decidir por alguna de ellas. El espacio y el tiempo se hacen múltiples y la imposibilidad de orientarse hace que la conciencia pierda el sentido de la ubicación. Afirmaba Miguel Morey que «el espíritu bajo el efecto de las drogas es como un viejo proyector averiado, continuamente saltan los fotogramas, la imagen se detiene o huye, se distorsiona: no logra repetirse al ritmo adecuado como para parecernos estable. No alcanza su tempo». La Joplin sentía la vida como camino que conduce a la nada. Y se subió a un caballo ciego, desbocado, a través de la angustia de un vuelo, con el sol de otra noche. Su voz «ronca y poderosa» se enroscaba vibrante en cada nervio reuniendo toda la tristeza. Eso es el blues.
Por otra parte, la música rock nos despierta reacciones de un orden espiritual que existe en nosotros, pero que necesita ser suscitado. Descubrir nuestro yo interior y trasladarlo a los demás en un sentimiento frenético de baile y belleza, es lo que hace Pablo en su libro. El instinto gregario está siempre presente en el ser humano, pero los efectos de una experiencia musical como fue el festival de Woodstock, aquel 16 de agosto de 1969, en el que Janis Joplin, Jimi Hendrix con su púa ardiente, Joan Báez, Jefferson Airplane, Crosby, Still, Nash &Young, Mountain y tantos otros, obtuvieron loas conformes a su grandeza artística y mostraron que la música es la más social de todas las artes, porque sus efectos son contagiosos. Pueden provocar en nosotros tanto una conducta armónica y ordenada, como inducir a una falta de dominio general y desorden. Esa es la magia de la música rock, que Pablo analiza con maestría, siguiendo los ejes del Espacio Antropológico y el materialismo filosófico del maestro Gustavo Bueno.
No solo fueron los sesenta sexo, drogas y rock and roll. También fue una época de sublevación. De creer que otro mundo, otra forma de vivir y otra sociedad eran posibles. El atuendo y el aspecto estético fueron otra forma de posicionarse políticamente ante la sociedad. Había que manifestarse ante los demás sin velos, sin hipocresía, con una nueva actitud existencial. Había que derribar los muros porque debajo se encontraba la playa. Se prohibía prohibir. El Mal eran las burocracias, las corporaciones, Wall Street y el Pentágono. En el campo de las ideas contaron con intelectuales de la talla de Marcuse, Wright Mills y Leary, entre otros. Y se cambiaron el nombre de hippies por el de yippies, que eran hippies politizados. El arte se convirtió en el enemigo público número uno, porque es como una droga que revolucionaba la mente y mostraba el poder de cambiar las cosas. Qué tiempos aquellos, comparados con estos de sumisión, distancia social, supervivencia y drogas contra la depresión y la ansiedad. Menos mal que nos quedan el rock and roll y libros que lo engrandecen. Mucha eudaimonía (felicidad en griego) para el año entrante a todos los lectores de EL COMERCIO.
CODA: La letra de 'Bye bye baby' viene muy a cuento, dice: Hasta luego, cariño, hasta luego / Lástima que tuvieras que alejarte / Porque me vendría bien algo de compañía / Justo aquí en este camino, en este camino en el que estoy hoy / Adiós, adiós, cariño, adiós / Supongo que sabes que estás solo / Parece que estás perdido en algún lugar del mundo / Y me dejaste aquí para enfrentarme a todo solo / ¡Adiós, adiós bebé, nena, adiós!
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