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Miro a Asturias. Cada vez es más pequeña. Hay gente que da la batalla, pero hay otros empeñados en que continúe su disminución. Por inercia, por interés, por ignorancia. Las hostias siguen cayendo. Pueden mirar en cualquier esquina, transporte, industria, innovación tecnológica, demografía, sector servicios. ... Asturias atomizada, Asturias capitidisminuida. Somos el último de la fila, el burro amarrado a la puerta del baile. Sin perspectivas de progreso, sin plan, sin itinerario. Asturias, que con un poco de ojo podría convertirse en algo importante, competitivo. Asturias, que con cada crisis sufre más que el resto. Asturias, el paraíso prometido del empleo público, los subsidios y los 'jubiletas'. Asturias, que cierra los ojos ante sus males estructurales. Asturias, la insostenible, la que va a bajar del millón de habitantes, aunque la Comisión de Reto Demográfico haya gastado un pastizal (tal como va el asunto, en 2080 Asturias tendrá 670.000 habitantes). Asturias, impecune, irremisiblemente camino de la inanidad. Eso sí, 'grandonismo' a tope. Somos asturianos, capaces de embaularnos un cachopo de un kilo, y que vengan los ruskis, que les esperamos en Covadonga.
Recuerdo a Jorge Dezcallar y su definición del síndrome de Venecia. En su mejor momento sus galeras dominaban el Mediterráneo, nadie tosía a Venecia, ella controlaba el comercio, hasta que el portugués Bartolomeu Dias dobló en 1488 el Cabo de Buena Esperanza, y poco después Colón se dio de bruces con todo un continente. A partir de entonces, Venecia entró en decadencia, el centro de gravedad se desplazó del Mediterráneo al Atlántico. Y cómo olvidar las palabras del dux Paolo Renier, avisando durante los últimos 14 años de la Serenísima: «Si existe algún estado que precise la unidad, es el nuestro. Carecemos de fuerzas terrestres o marítimas. Carecemos de aliados. Sobrevivimos gracias a la suerte y a la casualidad, confiando tan solo en la reputación de prudencia de la que siempre ha disfrutado el Gobierno de Venecia. Aquí, y sólo aquí, reside nuestra fuerza». Miro Asturias y miro el mundo que viene: no hago más que acordarme de Venecia. También me acuerdo de Enrico Letta y su «en Europa hay países pequeños y otros que aún no saben que lo son». Asturias sigue subiendo a coger la flor, empeñada en políticas identitarias, sin saber una gota de inglés, con todas las papeletas para convertirse en una pintoresca Ruritania. Asturias, con un futuro parecido a un hidebehind, ese ser mitológico que siempre está a tu espalda.
El Indo-Pacífico tiene ahora el 65% de la población mundial y el 62% del PIB. Asturias todavía está lidiando con los fondos Next Generation. A este paso, Europa ya no podrá mantener las cuotas del 50% del gasto social mundial con solo el 5% de su población. Asturias (y España) continúan negándose a matizar salarios y pensiones y ciertos beneficios empresariales y dar un tajo al gasto público para cuadrar cuentas. La Ruta de la Seda ha creado una vasta infraestructura que se extiende a tres continentes y abarca a 65 países. Asturias ni siquiera es capaz de presionar para acabar la variante de Pajares en un tiempo sensato, o de levantar una mera estación de autobuses. Miro el mundo. Miro a Asturias. Perdida en sus gollerías, en sus broncas y pitos de medio pelo. Nos van a emplumar, queridos conciudadanos. Da igual que sea usted de Gijón o de la cuenca, lo que está pasando en una lejanísima ciudad asiática le concierne. Porque, repito, nos van a emplumar: a los asturianos, a los españoles, a los europeos. Como no empecemos a hablar el famoso 'lenguaje del poder', nos van a poner mirando a Cuenca.
No exagero: los asturianos vamos a tener que ir preparando los cartelones en plan 'Asturias también existe', igual que los de Teruel. Los grandes proyectos del Gobierno del Principado son mantener la continuidad del gasto social, sin políticas económicas de crecimiento. Deuda y más deuda para que el 'chou' continúe, se rascan los últimos fondos mineros. Mientras, somos incapaces de conformar un área metropolitana con las principales ciudades. Mientras, la generación ALSA continuará metiendo su vida en una mochila y, hala, para Madrid, a buscarse la vida. No hay noticias de trabajos estables, de viviendas asequibles. Fortalecer el estado de bienestar pasa por saber antes cómo pagarlo. Asturias debe 4.300 millones y tiene que pedir prestado para continuar funcionando. La presión fiscal no afloja, el despoblamiento continúa. Todo es papel mojado. Los chinos, cuando se fijen en Asturias, se van a poner más contentos que Robert Mitchum cuando descubrió el chinchón durante una comida en el festival de San Sebastián. «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad?», decía Rutger Hauer a un acojonado Harrison Ford. «Eso es lo que significa ser esclavo», remata el replicante. Asturias piensa en pequeño, pero el vibrador con que el mundo nos va a poner firmes es de tamaño Ultra Size XL.
En la nueva Venecia/España, a cierre de 2021 gastábamos 300.000 millones en pensiones y funcionarios. Allende los mares se mueven en términos de 5G, IA, IoT, Biotecnología, computación cuántica, CRISPR. En Venecia, la polémica axial es la autodeterminación de género. Allende los mares ya están preparando una nueva doctrina Monroe para Asia. En Venecia se quejan de que les están cambiando las reglas del mundo, de que la multilateralidad que tan bien nos venía, se va desencuadernando. 1492, 1700, 1808, 1898... Y ahora 2022. Comienza una nueva época.
Asturias atorrante. Asturias, si yo pudiera, si yo supiera cantarte. Ay de nosotros, los que formamos parte de ese «coro quejumbroso que mina la imagen de Asturias». Pero, señor Barbón, me veo obligado a insistir: el ciclo socialista está liquidado. No da más de sí. Es hora de que el centro-derecha lo intente. Hay que generar riqueza para repartir. Hay que buscar un nuevo oro tras el carbón. Hay revolucionar nuestra economía, buscar un liderazgo claro. Hay que mimar el talento que tenemos, reescribir nuestra historia. Que la bandera asturiana ondee en Australia y en Japón, pero no solo porque corre Alonso.
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