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Abril llegó con los malos datos de cierre del Padrón para 2021 y los más agrios que dulces del Informe Foessa, sobre Pobreza y Exclusión para Asturias. El Padrón confirma lo previsible: que a lo largo de este otoño Asturias bajará del límite simbólico del ... millón de habitantes. El Foessa revela que la exclusión severa en la región ha aumentado durante los últimos tres años, si bien acompañada por un incremento de la inclusión plena.
Por supuesto, que Asturias baje del millón de habitantes 'no es el fin del mundo'. Pero se acerca. Primero, por lo que revela: una Asturias cuyos jóvenes carecen de expectativas razonables para fundar una familia y tener hijos, una Asturias sin proyecto vital y sin futuro. Segundo, por el lastre que supone para el crecimiento económico. Y tercero, porque sabemos que, además, de no mediar un cambio disruptivo, la tendencia se reforzará en los próximos años. Las madres son cada vez menos, porque el problema viene de lejos, y cada cohorte tiende a ser más pequeña que la anterior. Y nada hace prever que la fecundidad tienda a subir. Y, por el otro lado de la pirámide, los 'boomers', nacidos entre 1950 y 1975, empiezan a acercarse a edades en las que la mortalidad crece rápidamente. La previsión, si nada cambia, son 900.000 habitantes para 2035, 500.000 para 2070 y 350.000 para 2100. Si les parece exagerado, revisen los datos para Mieres o Langreo. Por no decir los del Suroccidente.
Por otra parte, el incremento en la exclusión severa no hace sino confirmar tendencias a largo plazo sobre las que los propios informes Foessa, la Encuesta de Condiciones de Vida u observatorios como Iseak alertan hace años: Asturias marca máximos propios en desigualdad y también nacionales en desigualdad.
Por supuesto, ambos datos se realimentan. Menos población, supone menor consumo. Y menos consumo, menor actividad económica, menos empleo y más exclusión. Y sí, pueden crecer -ya lo están haciendo- nichos de empleo como el de los cuidados y el sector sociosanitario. Pero ¿compensan las pérdidas en otros sectores? Y está por ver cómo se financian. Sin embargo, la clave que une a ambas variables -demografía y exclusión- es el empleo. Hay un consenso general en la relación entre ocupación y demografía. Y lo hay, también, sobre la importancia de la evolución, cuantitativa y cualitativa, del empleo como principal variable explicativa de la exclusión y la desigualdad.
Creo que no es necesario refrescar la memoria sobre la evolución del empleo y la población en Asturias en los primeros trimestres del año. En 2022, España sumó un 60% de ocupados a los de 1977, 7,5 millones. Pero Asturias ha perdido 30.000, el 7%. solo superada por Galicia, que pierde el 10%. Si miramos a 2008, Asturias es récord absoluto, dejándose por el camino el 14% del empleo. Y remontándonos a 2020, solo la turística Canarias evoluciona también en negativo y peor que Asturias. La consecuencia es que Asturias es la región que pierde más población, un 10,6%, desde 1981, mientras el conjunto de España gana un 25%. Y todo ello a pesar de que las transferencias de renta desde el resto de España suponían, en 2018, el 20% del PIB, vía pensiones y financiación de la Administración local y regional, casi el doble que las recibidas por la siguiente en la clasificación, Extremadura.
Pero, con todo, lo más preocupante es la reacción de nuestros representantes políticos. Todo apunta a que la estrategia reactiva seguida a lo largo del último medio siglo, quizá algo más, basada en contener daños mediante la captación de rentas públicas externas, no ha funcionado. Es cierto que hemos sufrido las reestructuraciones sucesivas del sector agropecuario, la de la siderurgia, la del carbón y la del naval, a la que se suma ahora la (algo caprichosa) energética. Y que somos una región periférica y carente de 'hinterland'. Pero cabe preguntarse si ello es motivo para presentar, de largo, la peor evolución de todas las regiones españolas, en cualquier parámetro social o económico, especialmente a lo largo de los últimos 15 años.
Es evidente que algo falla. El Gobierno regional parece aferrarse a esa estrategia. Y cuando se le cuestiona, tiende a esgrimir ratios récord de gasto público, como en salud, cuando no a envolverse en la bandera. Pero olvida que, según el Ministerio de Sanidad, Asturias está en el rango medio-alto de la clasificación, con peores resultados en algunos indicadores que Madrid, a la que nos venden como epítome de mala práctica sanitaria. Se fía el futuro a un sistema de innovación que, sin embargo, y según los propios informes del Principado, ofrece resultados mediocres, excepto en el número de investigadores. Y, sobre todo, a los Next Generation que, sin embargo, no acaban de concretarse en Asturias (PERTE naval aparte) más allá de la financiación de infraestructuras ferroviarias. Va a hacer un año del acto de presentación, a bombo y platillo, de la Arcelor eléctrica. Pero, por ahora, solo sabemos que la acería eléctrica supondría la jibarización de las actuales instalaciones en términos de empleo y producción, casi a modo de planta experimental. Tampoco se concretan las plantas generadoras de hidrógeno. Tenemos agua y electricidad limpia, también capacidad para fabricar grupos electrolíticos, pero no tenemos unos compromisos concretos de inversión y los anunciados resultan sospechosamente exiguos. No sabemos, en esencia, cuál es el balance en empleo de cerrar las térmicas y abrir plantas generadoras de hidrógeno. Y mientras, sigue el goteo de cierres empresariales: el último, el de Danone.
El problema es que el modelo de captación de rentas para sostener servicios públicos e inversiones mientras la base imponible decrece, no parece viable. Nuestro PIB, en euros corrientes (no digamos en constantes) es algo inferior al de 2008. Y la recaudación, sustancialmente la misma. Y sin embargo el gasto corriente liquidado vuela año tras año -un 25% entre 2007 y 2019-, impulsado por el gasto sanitario y a costa de la inversión, que cae un 83%. Y financiado en parte mediante deuda, que crece año tras año, pasando del 4% al 20% del PIB.
Mientras, la oposición, enredada en sus rencillas, no parece ofrecer alternativas. Y, cuando se anima es a través de la señora Ayuso, cuya región poco tiene en común con Asturias y cuyo discurso en Asturias, simplemente, no se entiende.
Pero lo peor está por venir. Sabemos que, en tres lustros, crecerán las necesidades: el número de mayores crecerá un tercio adicional, afectando al gasto sanitario y asistencial. Y creemos que la desigualdad seguirá creciendo e incrementando la factura social. Pero no sabemos si los recursos para sostenerlos crecerán en la misma proporción. Las bajas tasas de inversión no inmobiliaria, pública y privada, de estos últimos años (10-12% frente a 16%-18% nacional) no auguran crecimiento. Y sin inversión, empleo ni consumo, no habrá crecimiento. Y la postrada Hacienda del Reino no augura lo mejor al incremento permanente de transferencia de rentas.
El modelo asturiano, a fecha de hoy, parece insostenible. A menos que cambiemos de estrategia política y económica. Seguimos.
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