¿Se imaginan ir a la guerra en el año 2021 montados a caballo y con una espada como arma para librar una batalla? Pues eso es lo que hacen los países europeos para defenderse de la fuerte competencia de los paraísos fiscales que generan ... deslocalización del dinero y de la riqueza. Librar una batalla en plena globalización tan solo con una actitud buenista y declaraciones de buenas intenciones está condenado al fracaso.

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Por eso el pacto voluntarioso del G7 (Reino Unido, Alemania, EE UU, Francia, Canadá, Italia y Japón) que pretende garantizar una cierta armonización fiscal entre esos países es, por varias razones, poco más que un brindis al sol. En primer lugar porque la verdadera competencia se produce a través de paraísos fiscales que tienen una presión fiscal casi nula, y en segundo lugar porque la armonización que se pretende establecer quedará en algo ficticio, ya que la letra pequeña de la normativa fiscal es la verdaderamente importante. Que se establezcan normas que obliguen a pagar un tipo impositivo de Sociedades mínimo del 15% puede sonar bien cuando resulta que una pyme modesta paga el 25% y, en cambio, las empresas del IBEX35 pagan un tipo efectivo que no llega al 4%. Esa brutal diferencia procede del hecho de que hay infinidad de bonificaciones, desgravaciones, reducciones, etc. tremendamente complejas a las cuales no tiene acceso una pequeña empresa, entre otras cosas porque muchas de esas ventajas fiscales han sido diseñadas de forma explícita como un traje a medida para muchas de esas empresas privilegiadas. Pero, aunque se corrigiese esa maraña de bonificaciones fiscales diseñadas para las grandes empresas, no se podría hacer con carácter retroactivo, con lo cual seguirán disfrutando de esa ventaja durante mucho tiempo más.

A lo anterior hay que añadir el problema que plantean las empresas tecnológicas, que prestan un tipo de servicio no radicado en un punto físico concreto, las cuales buscan destinos 'amables fiscalmente' para tributar. En cualquier caso la iniciativa del G7 es positiva, aunque poco realizable en la práctica y puede que marque una estela o camino que seguirán en un futuro la OCDE y el G20. Si el mundo occidental apostase más por impuestos indirectos al consumo y menos por impuestos directos, sería bastante más fácil afrontar el problema de la competencia fiscal.

No obstante, hablar de armonización fiscal es algo utópico, porque los ingresos de un sueco o un noruego no tienen nada que ver con los que tiene un rumano, o un búlgaro. Comparar la presión fiscal que tiene un salario de un español con la que tiene un danés es como ver la situación con gafas de esas que deforman la realidad, y afirmar que en los países nórdicos hay más presión que en España es una verdad a medias, que como dice el saber popular es la mayor de las mentiras. Este es un punto en el que están de acuerdo ilustres economistas de escuelas de pensamiento muy diferentes como Presscott, Kydland, Stiglitz, Krugman, etc.

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La realidad es que a nadie le gusta pagar impuestos, pero es obvio que son necesarios porque todos queremos tener hospitales, colegios, carreteras, parques, seguridad, pensiones, etc. La cuestión es cómo se recauda el dinero de esos impuestos y qué prioridades se establecen para gastar el dinero recaudado. Ahí está la clave. Por eso, es interesante relatar la anécdota histórica de la Universidad holandesa de Leiden, la más antigua del país de los tulipanes, fundada en 1575.

En plena expansión española, se produjo el Asedio de Leiden en 1574, el cual fracasó debido a la resistente actitud de sus habitantes y al apoyo de los llamados 'Mendigos del mar', los cuales eran una flota pirata compuesta por nobles flamencos de estirpe baja, que surcaban las aguas del Mar del Norte huyendo de la terrible Inquisición. Esos 'Mendigos del mar' fueron, posteriormente, la base del imperio naval holandés del siglo siguiente. Como recompensa a la resistencia ofrecida por la ciudad de Leiden, Guillermo de Orange ofreció a sus habitantes la opción de elegir entre dos alternativas. Por un lado, no pagar impuestos y, por otra, pagar impuestos, pero a cambio de que fuese fundada la Universidad de Leiden. Optaron por la segunda y acertaron, porque la universidad fue un centro de sabiduría y riqueza durante siglos.

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El ejemplo de la decisión que tomaron los habitantes de Leiden sería extrapolable aquí a España en estos momentos. Si se celebrase un referéndum, como hacen en Suiza, en el que se diese a elegir entre no pagar impuestos o pagarlos pero garantizando pensiones, sanidad pública, educación, etc. estoy seguro de que la gente votaría a favor de los impuestos, y yo el primero. En cambio, si la pregunta fuese elegir entre pagar menos impuestos o pagar los actuales para sostener un gigantesco estado burocrático y un ineficiente estado de las autonomías, que solo sirve para desunir al país y favorecer a aquellas autonomías que tienen lengua propia y tendencias independentistas, estoy seguro de que la gente votaría mayoritariamente pagar menos impuestos, porque no le gusta el fin que recibe su dinero. Por esa razón jamás se realizará ese referéndum, porque saben la respuesta. El Estado de las Autonomías ha sido extraordinariamente beneficioso para Cataluña, País Vasco, Baleares, etc y ha sido desastroso para Asturias, Extremadura, Castilla y León, Aragón, etc. Los resultados están a la vista.

Y hablando de dinero, dice un proverbio chino que 'en el dinero lo importante es cómo lo consigues y en qué lo gastas'.

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