Antonia Redondo Díaz-Portales

Lunes, 26 de agosto 2024, 02:00

Antonia Redondo, mí madre, tenía un recuerdo infantil de esos que marcan y tienen una función vital, y es que cuando en su tierra de origen manchego fue trasladada de su pueblo a la capital por una apendicitis agudizada escuchó cómo un médico le decía ... a sus padres: «¿Qué me traen, una niña o un cadáver?». Pero aquella niña sobrevivió y ha tenido lo que puede considerarse una larga vida, 84 años, que se han apagado el pasado martes. Siendo todavía una adolescente se vino con toda su familia a Asturias, pasando de la calurosa y seca tierra manchega a vivir en la falda de la montaña del Nalón, La Cortina, muy cerca de los humos industriales que habían traído a su familia a esta tierra. Y como para muchas mujeres de su época se acabó para ella tempranamente el periodo escolar para enviarla a un taller de costura. Un aprendizaje vital que quizás empezó a marcarle el carácter. Igual que se acostumbró a Asturias cuando conoció a un zamorano resultón de ojos azules que, como ella, había venido a tierras asturianas a buscarse a la vida. Y precisamente se convertiría en el que ha sido su compañero de vida durante más de sesenta años, Pedro Curto. Pero la vida no era fácil para quienes no tenían posibles económicos y estuvieron planteándose marchar al extranjero que al final cambiaron por un País Vasco que ofrecía mejores posibilidades laborales y económicas. Allí nacerían sus dos hijos y luego de una estancia de unos años regresaría a Gijón, ciudad en la que ha vivido desde entonces. Entre otras ocupaciones volvería al trabajo de la tierra que había conocido siendo niña, aunque de una forma más productiva, en unos viveros de plantas como pequeño negocio familiar frente a la crisis industrial que había cerrado las puertas laborales a su esposo. Y la enfermedad volvió como cuando era niña, esta vez en versión de tumores cancerosos a los que resistió durante años, pero que han terminado ganando la partida.

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Mujer de carácter, impuso en su territorio familiar un cierto matriarcado, aunque no supiese explicar muy bien qué era eso. Hoy se va dejando tras de sí dos nietos y un bisnieto, y significando para mí esa ruptura con la 'mamma tierra' tan difícil de asimilar, más allá de los logaritmos númericos y de saber que el final del ciclo vital ha de llegar tarde o temprano.

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