Cuentan que durante el conflicto europeo de 1914, España, al ser un país neutral, había creado enjambres de aliadofilos y germanófilos. Abundaban gentes que advertían al inicio de una conversación que no querían hablar de la guerra. Incluso algunos llevaban carteles en la pechera advirtiendo ... de que no deseaban conversar sobre el tema. Desde lejos, en el tiempo, a aquella gente la entiendo. Dar la lata para expresar las filias o las fobias, o mentar las atrocidades ajenas sin poner un átomo de remedio, puede parecerse a un regodeo morboso. Es como esa cara de circunstancias que ponen los que conducen la telebasura, cuando se revuelcan en el barro como los jabalís. Ahora ya no se trata de la guerra caliente, sino de que algunos, con los que me carteo a través de este artefacto, me piden que basta ya y que no envíe artículos de contenido político. No es que sean 'apolíticos', ese término del que se han apoderado los pancistas, para dar a entender que son partidarios de todos los gobiernos que les dejan medrar, sino que está surgiendo el 'antipolítico', que es algo muy distinto y que tampoco tiene que ver con el viejo anarquismo. Antipolítico es aquel que, siendo demócrata y de derechas, se ha dado cuenta de que en España tenemos la peor derecha de Europa. Y siendo de izquierdas, ve que también existe la peor izquierda. Dos extremos incapaces de entenderse. Dos extremos que son las dos Españas de Machado, y que a lo largo de la historia hicieron poco para entenderse y mucho para matarse.
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El antipolítico es aquel que está harto, aunque no deje de votar con las narices tapadas. Antipolítico es el que ve el juego amañado de individuos que simulan darse patadas, que el pueblo recibe en su trasero. Hacen odiar la política, cuando las realidades simples las tapan con complicadas promesas. O sea, si pides algo te ofrecen mucho, para acabar dándote ya saben por dónde. Si quieren un ejemplo, fíjense en Asturias. Se necesita urgentemente electricidad barata, para que no huyan las empresas; y la respuesta es hablar del hidrógeno, las renovables y la energía verde. Pero resulta, como decía Emiliano Zapata, que las tortas no se amasan con promesas: se amasan con harina. Y el pueblo no puede esperar porque tiene hambre. Zapata, que también era anti político, diría.
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