Cada tiempo soporta a sus políticos. Y su lenguaje. Los de hoy salpican sus discursos de lugares comunes, alguna ocurrencia y una descalificación cada cinco minutos para enardecer a la parroquia incondicional. La agitación de las nuevas siglas ha terminado con las pacientes carreras meritocráticas ... del bipartidismo. Se buscan candidatos de usar y ganar... O tirar. Hombres y mujeres que proclaman su visión sin temor a la polisemia. No son los políticos de ahora mejores ni peores que antes por definición. Y aunque no faltan iconos y logros para los nostálgicos, tampoco escándalos y corruptelas para recordarnos que no todo lo pasado fue mejor. Sencillamente son distintos. Ya no les gobierna el instinto, sino la demoscopia. No esperen en esta campaña que cada día se acelera programas redactados con la pretensión de regir la acción de un gobierno. En la mayoría de los casos se encontrarán alguna idea feliz y una enumeración de lo que aconsejan las encuestas para afianzar a los convencidos o alentar a los proclives. Lo mismo que recomiendan no incluir en los discursos más que un puñado de mensajes, repetidos hasta la extenuación para reducir la probabilidad de que el candidato se despeñe por el precipicio de la improvisación.
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El parapeto de los sondeos ofrece sus ventajas, pero también conlleva sus riesgos: muchos políticos acaban por sufrir el mal de altura cuando las encuestas que ellos mismos cocinan les elevan por encima de la realidad, no pocos se escoran hacia un sectarismo alarmante, alentados por la necesidad de hacerse notorios, y más de uno acaba por convertirse en un simple locutor de consignas que, como las sopas de sobre, se utilizan cuando en la reserva no queda nada mejor. El camino lo marcan las tendencias de opinión, los conspiradores de cabecera y los gurús de ocasión, tanto que algún político corre el peligro de acabar perdido a medio camino entre el ala oeste de la Casa Blanca y el puerto de San Isidro. Llegados a este punto, la frontera entre la verdad y la mentira se difumina de forma vertiginosa hacia el todo vale. Empieza entonces la verdadera amenaza para la democracia.
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