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Alexander Duguin ha sido conocido por el público con motivo del asesinato de su hija, Darya Dugina. Es un personaje controvertido de la escena política rusa. Ha sido calificado como el ideólogo de Putin. Quizás porque justifica su cesarismo como la forma más adecuada de ... cumplir la sagrada misión que tiene encomendada, y que él teoriza como la de salvador de la Gran Madre Rusia. Para ello se vale de un análisis geopolítico que, según dice, ha atraído a Putin. Es el euroasianismo. Al que Duguin ha llegado siguiendo una trayectoria sinuosa (de familia del sistema se hace opositor, luego bolchevique nacionalista, más tarde conservador revolucionario, fascista y, finalmente, promotor del euroasianismo). Su original traza política está en la línea del confuso activismo del aún más controvertido Eduard Limonov, del que reconoce su influencia.
El euroasianismo surge en la diáspora rusa tras la guerra civil y se refuerza con la obra del geógrafo Lev Gumilev, que argumentaba que Eurasia es el escenario geográfico del pueblo ruso, simbiosis de rusos y no rusos de las estepas, que en ese medio recrean una civilización original, ni europea ni asiática. Tal planteamiento es utilizado por nacionalistas de todo pelaje para unir a rusos y no rusos con el pegamento de un destino imperial y de una supuesta alma propia.
Duguin actualiza el concepto, del que se deriva que Rusia debe reintegrase a su estado normal, anexionando lo que le pertenece y soldándose internamente. Para él Putin sería 'el revelado', que llega para poner freno a una decadencia provocada por infiltrados atlantistas que, al olvidar el espíritu patriótico del pueblo ruso, traicionaron al Estado, que identifica como Imperio, y la fe de su iglesia. Según él los tres pilares de la Rusia eterna, que será puesta de nuevo en su sitio cuando el héroe complete la docena de desafíos que asigna al Hércules moderno.
Duguin justifica la mística tarea con un método exotérico, con el que se sirve de lo que le interesa para apuntalar su mensaje y cubre el resto con una niebla metafísica difícilmente entendible, aunque de vez en cuando se abren claros, que permiten encontrar la procedencia de los salvadores, el grupo de «funcionarios estatales que tratan constantemente con el lado oscuro y reservado de las cosas, y que se convertirán en elemento básico del renacimiento euroasiático». Patriotas profesionales o chequistas ortodoxos. Putin, que era uno de estos seres «humildes e invisibles», se convirtió en el todo, pues solo responde ante Cristo y la geopolítica.
Dudo que Duguin haya abducido al césar y que aplauda su actuación. Le culpa de no tener intención de cumplir las doce tareas encomendadas (que para Hércules consistían en controlar o destruir), y no haber consolidado la trayectoria ideológica a la que apuntaba. Lo ve como un político realista clásico, pragmático, frío, que no es capaz de hacer que Rusia cree un modelo alternativo al liberal: la cuarta teoría política, que él define negativamente, por su rechazo a las anteriores.
Quizás la guerra de Ucrania sea la forma que tiene el caudillo realista de jugar a las siete y media y acercarse al límite definitorio. Aunque esta vez el cierre de filas europeo y la expulsión del Consejo de Europa parecieran indicar que se hubiera pasado en la mano, creo que en ella guarda más cartas, que si se ve obligado irá sacando para componer un mosaico de escenarios alterados con distintas operaciones de diferente naturaleza. Con la guerra dijo, ¡Arrastro!, a Ucrania y a los estados centroasiáticos, reabastecedores alternativos de Europa y reacios a la 'integración' imperial, a la que quizás contribuya la conexión rusa con los 'antihegemónicos' (China, Irán), una vez que parece que se rompe la europea. La que tantos beneficios ha dado a unos y otros, y que se pierde, aparentemente, por la idea de que los estados de Europa que deseen formar parte de ella plenamente no puedan hacerlo por deseo del pueblo ruso, cuyo alma dicen que es compartida por los ucranianos y diferente a la europea.
No me lo parece. Recuerdo cómo el Estadio Olímpico de Kiev vibraba en julio de 2012 con Paquito el chocolatero. Como si estuviéramos en el Bernabéu o en las Arenas de Dax. Fue en la final de la Eurocopa. Le metimos una buena mano a Italia. ¡Cómo cambiaron las calles de Kiev! Entonces las recorrían españoles con la camiseta roja y hoy los simples ucranianos la tiñen con su sangre, que les extraen elucubraciones geopolíticas, exotéricos creadores de destinos y de operaciones militares, especialmente concebidas para amputarle sus miembros al paciente y desgastar a sus preocupados familiares y amigos. Y, a veces, como es el caso, a quienes las diseñan. Pues el coste aumenta para todos.
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