El agua está revuelta. Hace unas semanas en Canarias la anunciaban a manta. Su presidente decía que «era probable que se produjeran las lluvias más importantes en un decenio.... según dicen los técnicos». Los cuales hablaban a título particular, mientras que la Aemet se mostraba ... más comedida en sus avisos que, no obstante, llevaron al Gobierno canario a decretar 'alerta máxima'. Que unos difundieron en primera plana a cinco columnas, y otros en pantallas llenas de 'riesgo extremo', en las que sugerían a lectores y televidentes que comprasen velas, pilas y... recen lo que sepan. Sin embargo, el barómetro no bajaba y la cosa pasó sin novedad. No como en 2005, cuando una tormenta tropical de trayectoria excepcional golpeó violentamente las islas y produjo muertes, aunque muchas menos que las que el climatólogo canario Font Trullot (1914-2003) registró a mediados del XIX en Tenerife o la que en 1959 se ensañó con La Palma. Es curioso que sus trabajos sobre el tiempo atmosférico de Canarias no fueran citados aquellos días. Quizás no deba sorprendernos el olvido, pues quien debe leer no lee. De haberlo hecho, sabría que esos acontecimientos sacuden periódicamente las islas y no son exclusivos del tiempo actual.

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La cuenca minera de Huelva se 'alarma' por los 'bombardeos antilluvia', que sus alcaldes atribuyen a una empresa frutícola, y provocan que las nubes «previstas en los modelos» pasen de largo. La inquietud se difunde y los vecinos oyen ruidos extraños, a pesar de que tales prácticas no hayan sido detectadas por los encargados de vigilar la calidad del aire.

Los regantes de las tierras de León se manifiestan para protestar contra los desembalses, que atribuyen al 'despropósito' de cumplir los compromisos contraídos con Portugal, 'parçeiro' nuestro en cinco cuencas. El acuerdo de Albufeira de 1998 reguló el necesario reparto entre buenos vecinos, pues Portugal vive aguas abajo y no solo es una obligación no agraviarlo con otro 'roubo do Douro', sino un requisito europeo.

Pero como las presas también se aprovechan para producir electricidad, de nuevo oímos hablar de desembalses, que apuntan a la compañía propietaria de las seis mayores y cuyas centrales generan más de la mitad de la energía hidroeléctrica en España. Los comentarios hubieran estado justificados en 2021. Año en que se desembalsó a voluntad. Discrecionalidad que corrigió el Real Decreto Ley 17/2021 que modificó la ley de Aguas. Sin embargo, suenan las quejas de unas administraciones a otras, por consentir el supuesto espolio. Pero lo que no se oye es que el mercado eléctrico funcionaría mejor si la potencia hidráulica instalada estuviera más repartida, o si hubiera un gestor (que no fuera propietario ni operador de las presas) que centralizase las decisiones sobre desembalses.

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Quizás haga falta una política hidráulica 'federal', en la que haya una autoridad informada y capaz de persuadir al mosaico institucional de que es necesario garantizar el suministro de agua ante contingencias futuras. Pero pensar en una gestión central es pensar en lo excusado. Sin embargo, hay mecanismos de mercado para incentivar la disponibilidad de reservas, son los llamados 'pagos por capacidad', que remuneran la firmeza de la potencia de generación futura.

Las hemerotecas atestiguan el grueso debate que en Asturias se planteó hace ya unos años acerca de si incorporar un embalse de cabecera para completar el sistema del Nalón. Hoy las aguas mediáticas se han calmado, dispuestas a circular por una proyectada 'autopista' que las trasvasará del oeste al este del país.

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Sin duda cuidar el agua es importante. Puede hacerse con racionalidad, con gestión, sin determinismos ni tambores de guerra. Afortunadamente aquí solo con política hidráulica. En otras partes el agua fue utilizada como arma. Se volaron diques en Flandes y Vietnam, presas en Alemania y ahora puede que suceda en Ucrania, pero prestigiosos institutos de investigación sobre la paz (Oslo) no encuentran vínculos directos entre el clima y la guerra. Que es el mayor desastre ambiental.

Los grandes jugadores globales tienen su geoestrategia. La de Europa parece que es convertir infieles a la fe verde; lo que otros, como Xi Jinping, entienden como propuesta geopolítica que hace un competidor, por lo que China seguirá quemando carbón para generar una 'modesta clase media'. Otros estados, incluso en Europa, incrementan su consumo. España, que reconoce su mayor impacto ambiental, cuenta con tres centrales térmicas de carbón (dos en Asturias) y unas 50 de gas (una en Asturias, con dos grupos), además de siete reactores nucleares en cinco emplazamientos. Esperemos que el progreso ambiental, energético y económico no se disocien y que esta fase pueda superarse sin ensuciar más la atmósfera.

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Las aguas del tiempo bajan turbias, pues es difícil separar la ciencia de la ficción, el deseo de trascendencia del supuesto laicismo de la sociedad actual, aclarar las motivaciones geoestratégicas de los actores globales, y aún los intereses de los locales, o filtrar la ansiedad ciudadana provocada por ecos apocalípticos, interesadamente reproducidos en la civilización de la información. Por eso también es recomendable leer a activistas ambientales como Michael Schellenberger o Bjon Lomborg, que ofrecen una visión crítica del ambientalismo apocalíptico. Ese que hace pensar a la sociedad si es ético traer más vidas a un mundo que está al borde de la extinción.

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